Por tanto, dejando a un lado la falsedad, HABLEN VERDAD CADA CUAL CON SU PRÓJIMO, porque somos miembros los unos de los otros. (Ef 4:25)
La mentira es un pecado grave, tan grave como cualquier otro, tanto que los mentirosos no pueden heredar el reino de los cielos (Ap. 21:8); los mentirosos reflejan su relación filial con Satanás (Jn. 8:44). Satanás disfraza la mentira de verdad; la media verdad, que es una mentira absoluta, es su herramienta, pero no es más que una mentira.
La mentira fue definida en «El carácter del cristiano, tomo 4, página 26» como: «cualquier engaño: en palabra, acción, actitud —o silencio; en exageraciones deliberadas, en distorsiones de la verdad o al crear falsas impresiones» (El carácter del cristiano; 26).
Si tomamos esta definición como verdad, se expande todo lo que conocemos como mentira. Y deberíamos empezar a considerar lo que hablamos. La humanidad caída tiene este pecado desvalorizado, no le presta atención, pero las escrituras exhortan vehementemente a que se hable verdad. Como todo pecado, el creyente debe procurar apartarse de él y buscar la santidad. Por tanto, el creyente debe descartar la mentira como medio de uso diario.
Por la mentira de muchos, los creyentes han padecido muerte; Cristo mismo fue juzgado a través de mentiras. La mentira destruye todo lo que se mueve alrededor. Este mandamiento aparece también en el Antiguo Testamento como mandato al pueblo: «Estas son las cosas que deben hacer: díganse la verdad unos a otros, juzguen con verdad y con juicio de paz en sus puertas». (Zac 8:16)
Cuando el creyente practica la verdad, refleja el carácter santo de su Salvador; de esta manera se distingue de los incrédulos en su forma de hablar (Jn. 14:6). Además, el Espíritu de Verdad que mora en el creyente debe impulsarlo a abandonar este pecado (Jn 14:17).
Si se ha tropezado con este pecado y está luchando con él, lo mejor es que se santifique por medio de la verdad; la Palabra de Dios es la verdad (Jn 17:17). En resumen, para luchar contra este pecado, solo existe apegarse a la Verdad, la que tiene fuente divina, la que proviene de Dios, de su Hijo, de su Espíritu y de su Palabra. Exhortémonos unos a otros a hablar verdad y a abandonar nuestra naturaleza de pecado para seguir a Cristo.
