Haciendo la obra de Dios

A hand holds an open book outdoors.

Porque saliendo de ustedes, la palabra del Señor se ha escuchado, no solo en Macedonia y Acaya, sino que también por todas partes la fe de ustedes en Dios se ha divulgado, de modo que nosotros no tenemos necesidad de decir nada. 1 Tes 1:8.

 La iglesia en Tesalónica es ejemplar prácticamente en todo; la salvación que ellos profesaron fue claramente llena de frutos, de manera que era imposible dudar del poder de Dios en medio de ellos (1:4). La Iglesia trabajaba mucho y eran firmes en el evangelio (1:3), pero el trabajo más impresionante que esta iglesia logró fue la promulgación del evangelio.

 El trabajo de Pablo era llevar el Evangelio por las ciudades y plantar iglesias, pero de ninguna de todas se dice que hayan hecho un trabajo evangelístico tan grande como el de esa ciudad. En todos lados fue escuchado el Evangelio, el testimonio de los creyentes fue visto por todos y su esperanza era conocida por todas las ciudades (1:9–10).

 La pregunta aquí es: ¿Qué tenían en especial los tesalonicenses para lograr un testimonio tan amplio? La respuesta es sencilla, nada que la Iglesia contemporánea no tenga; es más, hasta sufrimiento tuvieron y persecución (1:6), pero en medio de ello el gozo del Espíritu Santo surgía. La iglesia muchas veces no crece por falta de la Palabra de Dios, no la que se predica o la que se sabe, sino la que no se vive.

 El Evangelio está hecho para ser promulgado, con una sencillez impresionante: Cristo hecho carne, crucificado por nuestros pecados, sepultado y resucitado, manda a todo hombre y mujer al arrepentimiento para perdón de pecados. Algunos creen que este mensaje es anticuado y que necesitan cosas sobrenaturales, eventos de caridad o espectáculos musicales o de teatro, pero el testimonio que salva es el de la Cruz.

 Debemos retomar el compromiso de predicar a Cristo, llevarlo con nosotros y entregárselo a las personas, no para tener un testimonio como Iglesia, sino para que el mundo conozca al Salvador del mundo. Hoy hay muchas iglesias en las ciudades, pero el Evangelio es cada vez menos predicado. Esto debe cambiar; hay que recordar que es poder de Dios para salvación, que no dependen de nosotros los frutos y, por lo tanto, no debemos avergonzarnos. Debemos procurar llenar nuestras ciudades del mensaje del Evangelio para la gloria del Nombre de Cristo.