De ninguna manera estén atemorizados por sus adversarios, lo cual es señal de perdición para ellos, pero de salvación para ustedes, y esto, de Dios. Porque a ustedes se les ha concedido por amor de Cristo, no solo creer en Él, sino también sufrir por Él. Flp 1:28–29.
Los cristianos alrededor del mundo han sufrido muchísimo por causa del evangelio; históricamente, esa ha sido la tónica de la cristiandad. Pero por alguna razón, donde la persecución crece, el evangelio se expande (Hch 8:4). Dios dota a los cristianos de valor para llevar el evangelio a todas las naciones, incluso cuando sus vidas corren peligro. De alguna manera, Dios los llena de gozo para que sigan predicando a Cristo (Hch 4:29–31).
No cabe duda de que las persecuciones forman parte de la vida de los cristianos. Sin embargo, cuando el gobierno se unió a la iglesia o cuando se dio permiso para que los cristianos predicaran del Señor en sus iglesias, por alguna razón el evangelismo cesó. O por lo menos se cambió de tintes para satisfacer a algunos y sus comodidades.
Pablo les dice a los creyentes que no deben tener temor de quienes los persiguen, de quienes los incomodan, porque esto es lo que da testimonio de la salvación; Satanás querrá atacarlos y destruirlos por medio de sus hijos (Gá. 1:7). Los incrédulos querrán atacar a los creyentes e incomodarlos; esto es testimonio de que el evangelio se expande.
Es claro que Satanás no está contento con que el evangelio de la verdad sea predicado; por lo tanto, los creyentes pueden sufrir de varias maneras. Los falsos maestros son una de las formas en que los creyentes sufren, y hay que luchar ardientemente por el evangelio (Jud. 3). Porque siempre habrá quien quiera torcer la verdad (2 P. 3:16).
Por esto Jesús dijo a sus discípulos: Cuídense de los falsos profetas, que vienen a ustedes con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. (Mt. 7:15). Así que hay varios frentes por los que se puede estar luchando por el evangelio. Pero ninguna iglesia debería estar ociosa sin luchar por la causa de Cristo, y ahí es donde en regiones latinoamericanas el Diablo ha hecho estragos.
La iglesia se ha vuelto próspera, con imponentes edificios, liturgias y cultos; algunos hasta parecen clandestinos; nadie sabe que están ahí o qué días se reúnen. Este tipo de iglesias ha olvidado su vocación y el llamado que Cristo hizo. Son las que hay que reanimar antes de que perezcan, porque pueden parecer vivas, pero están realmente muertas. El Señor dice: «Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, pero estás muerto» (Ap 3:1).
Ciertamente, Satanás se ha levantado contra Dios y contra sus hijos, pero que esto no nos desanime; debemos empezar a llevar el evangelio a las naciones, el testimonio de Cristo. No dejemos que la persecución, las falsas doctrinas o la pereza y comodidad nos quiten el galardón de ser testigos de Jesucristo.
