Hijitos míos, les escribo estas cosas para que no pequen. Y si alguien peca, tenemos Abogado para con el Padre, a Jesucristo el Justo. Él mismo es la propiciación por nuestros. 1 Jn 2:1–2.
Los que practican deporte aficionado son los más incomprendidos, los que salen a correr todas las mañanas y van a carreras locales, los que juegan fútbol en sus pueblos, los que practican natación en sus localidades. Todos saben que no llegarán a las olimpiadas o a los juegos nacionales y menos a los mundiales. Todos ellos tienen una decisión que tomar, ser como los demás que se conforman con saber que nunca estarán en el podio mundial, o igualmente luchar para fortalecer sus músculos y tener una buena vida. Pero hay un tercer grupo, los espectadores. Estos ven la lucha de los que practican deportes, los animan pero no participan en ellos; prefieren solo ver.
En la misma esfera encontramos a los pecadores, los que luchan por ser como Cristo, aunque saben que no lo van a alcanzar, hasta que Él los perfeccione y los incrédulos que critican el esfuerzo de la santidad, pero también están los espectadores que dicen que gustan de la santidad pero no la practican. Juan ha hecho una evaluación de las características humanas, diciendo que todos pecan de alguna u otra manera, que negar esa realidad es una absoluta mentira. Ahora que se sabe esto, alguien puede caer en el fatalismo diciendo que no tiene sentido santificarse, ya que de igual manera todos pecamos y que nadie se puede excusar diciendo que no peca. Pero Juan está diciendo esto con una intención contraria a este pensamiento.
Lejos del fatalismo, Juan escribe para que los cristianos sean conscientes del pecado que mora todavía en cada uno y esto, a su vez, les ayude a eliminar el poder que tiene ese pecado sobre cada uno a fin de no dejarlo reinar (Ro. 6:12–14). En otras palabras, hay que saber que ningún creyente puede decir que absolutamente no peca, esa batalla sigue ahí, pero dependerá de cada uno que tanto le da o no lugar a este. El fin de la muerte de Cristo y su resurrección es para que ahora los justificados vivan en justicia (1 P. 2:24).
La idea central de Juan es que cada uno sepa la realidad de su vida aquí en la tierra antes de ser perfeccionado. El creyente está purificado, limpio y ya no hay condenación para él, pero la lucha contra el pecado es una realidad en su vida como hijo de Dios. Los que no luchan contra el pecado no son creyentes, solo el verdadero hijo de Dios tiene el deseo de santificarse, aun cuando sabe que es propenso a pecar, pero es una certeza en su corazón que cuando lo hace y lo confiesa a Dios encuentra perdón.
El papel del creyente es entonces santificarse a pesar de la incapacidad de lograrlo, pero esto da testimonio de que esta persona se está preparando para el día en que será perfeccionado en Cristo para siempre. Pedro lo resumiría de esta manera: «Como hijos obedientes, no se conformen a los deseos que antes tenían en su ignorancia, sino que así como Aquel que los llamó es Santo, así también sean ustedes santos en toda su manera de vivir.» 1 Pe 1:14–15. Por lo tanto, la realidad del pecado morando en nosotros debe acercarnos más a Dios y hacernos dependientes de su gracia; debe ayudarnos a santificarnos y a tener la necesidad de estar buscando la santidad cada día.