En esto ustedes conocen el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios. Y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios, y este es el espíritu del anticristo, del cual ustedes han oído que viene, y que ahora ya está en el mundo. 1 Jn 4:2–3.
La primera característica de los verdaderos mensajeros de Dios es su buena teología, identifican a Cristo como el hijo de Dios (Jn 1:1), enseñan el evangelio conforme a las Escrituras (1 Co 15:3–4), enseñan de la humanidad plena de Jesús (Fil 2:6-8), también de su plena deidad (Heb1:3) y además enseñan a llevar una vida piadosa (1 Jn 3:8–10). Todas estas características positivas son las que debemos revisar al escuchar y seguir a un maestro, para saber si viene o no de Dios.
Ahora bien, si es tan fácil identificar a los verdaderos maestros, a los falsos también es muy fácil identificarlos. En primer lugar, los falsos maestros ponen en duda la persona de Jesucristo, algunos dirán que era plenamente Dios, pero que era imposible que fuese plenamente humano, otros que sí era humano, pero que no era Divino. Estas marcas parecen sutiles, pero no lo son, no son una invención moderna, han existido desde los tiempos de Juan, desde los tiempos de Cristo, los falsos maestros han tenido lugar en toda la historia humana.
No es de extrañar que se levanten falsos maestros en medio de la Iglesia (2 P 2:1; Gá 1:8–9), estos engañadores son el espíritu del anticristo, el que se opone a Cristo, su fruto es opuesto al de Cristo. Mientras Jesús ofrece vida eterna, el anticristo al negarlo se condena y condena a quienes lo siguen (Jn 3:17,33). Negar a Jesús como plenamente Dios y plenamente Hombre condena al hombre a la perdición eterna, hace que la salvación que solo proviene de Él no se pueda ejecutar porque es con base en la fe del Unigénito del Padre (Jn 3:16).
Hay que estar alerta para observar si este espíritu aparece encubiertamente entre la Iglesia (Jud. 4), porque a pesar de que estos ya tienen su condenación, los que los siguen no escaparan de ella. La única manera de saber si lo que nos enseñan en nuestras iglesias es la Palabra o no es conocerla. Los creyentes que abandonan las Escrituras rápidamente son absorbidos por el mundo y por los falsos maestros, no identifican la mentira porque no conocen la verdad. Hermanos, deseemos la Palabra de Dios como niños recién nacidos (1 Pe 2:1–2) para que identifiquemos claramente por medio de ella a los que se levantan con mentiras.