Nosotros somos de Dios. El que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error 1 Jn 4:6.
Los falsos maestros no prestaban atención a las enseñanzas apostólicas, no le daban lugar, las menospreciaban y se inventaban su propio sistema de leyes espirituales. Lo que Juan declara es que los falsos maestros no los oían, a pesar de que tenían la enseñanza de Cristo y que Él los estaba usando para guiar a la Iglesia, siempre se opusieron a sus enseñanzas. Una vez que la iglesia inicio a predicar el Evangelio, aparecieron aquellos que los pervertían (Gá. 1:7), pero estos que no escuchan la Palabra no son de Dios (Jn. 8:47) y arrastran a otros al engaño y quieren hacer su propio evangelio que no salva, que no da paz y que no atrae a Cristo.
Dios ya nos ha dado su Palabra, como verdaderos creyentes debemos prestarle atención, estar atentos a ella, porque es dada de Él (2 Ti 3:16–17), la Palabra es más segura que las enseñanzas de los falsos maestros, sus señales y prodigios (2 P. 1:19). La Palabra tiene el carácter eterno de nuestro Dios porque viene de Él (1 P. 1:25), es la única fuente de verdad, confiable, el creyente puede estar seguro de que lo que ahí se dice se cumplirá (Mt 5:18, 24:35). La palabra de Dios es la verdad absoluta (Jn 17:17).
Dicho lo anterior, cada cristiano tiene que ser consciente de la verdad, debe acercarse a ella y meditar en ella, es su deber. Solo los falsos menosprecian las Escrituras, se hacen de lado y no quieren oírla porque sus pecados son descubiertos. Los incrédulos hablan de Dios, de sus experiencias milagrosas, de señales que ven en las redes, hasta se preocupan por el fin de los tiempos, pero no pueden venir a las Escrituras porque no son de Dios.
Es el Espíritu el que nos guía a la palabra de Dios (Jn 16:13), es quien nos habla del Señor y nos enseña todo lo necesario para la vida y la piedad, pero solo lo hace a través de la Palabra, porque no habla por su cuenta, sino que habla de parte de Dios (cp. Jn 15:26). Los cristianos se han caracterizado por su amor a las Escrituras (Hch. 17:11), no se han dejado engañar porque conocen la verdad. Es hora de luchar por la fe, por la verdad del Evangelio (Jud. 3), pero esto solo lo pueden hacer aquellos que aman a Dios, los que aman sus Palabras, los que meditan en ella y los que esperan en sus promesas. De lo contrario seremos arrastrados por los falsos maestros, llevados al error. Hermanos, revisemos nuestra vida y comunión con la palabra, no sea que entre nosotros haya algún falso que no ama la Palabra, ni la oye.