Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien según Su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, para obtener una herencia incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará, reservada en los cielos para ustedes. 1 P 1:3–4.
Pedro inicia su discurso dando alabanzas a Dios; esta expresión es muy común entre los creyentes judíos. Ellos conocen de Jehová, de su poder, de su autoridad sobre la creación, de su omnipotencia y soberana redención a Abraham y a sus descendientes. Lo que es diferente es que señala a Dios como Padre de nuestro Señor Jesucristo; con esta expresión se coloca del lado de los cristianos y señala a Jesús como parte de la divinidad.
Mientras los judíos adoraban solo al Padre y rechazaban a Cristo, la iglesia ha adorado al Padre y al Hijo. La incredulidad de los judíos los hizo crucificar al Señor, no creyeron sus enseñanzas, pero dentro de ellos hubo un gran número que ha aceptado a Jesucristo como salvador y ahora se suman a la adoración.
Pedro usa la misma expresión de deidad que el mismo Señor usó. Al decir que Jesús es hijo del Padre, lo está señalando como Dios mismo, como fue enseñado (Jn. 10:30). Ninguna persona que rechaza a Jesús puede ser salva (Jn 3:36). Los cristianos son identificados por exaltar y adorar a Jesús. Pablo hacía lo mismo en sus epístolas (2 Co. 1:3).
Cada generación vive una ola que atenta contra la divinidad de Jesucristo, herejes que hablan en contra de su santo Nombre, personas que usan antiguas herejías para atentar contra la Trinidad. Los creyentes, por otro lado, estamos llamados a adorar a Dios, a exaltarlo por la obra redentora que ha hecho en nosotros y a la vez a adorar a su Hijo (Ef. 2:18).
Como creyentes debemos estar gozosos en Cristo, encontrar complacencia en adorarlo y exaltarlo. La adoración debe ser parte integral de nuestras vidas. Debemos adorar a Dios por quien es, debemos tener una conciencia clara de su persona y deidad; al tenerla, entenderemos quién es Cristo (Jn 1:1) y le adoraremos como se merece.
La oración introductoria que Pedro hace le dará pie para enseñarnos a exaltar a Dios por la obra que ha hecho en la vida de los creyentes, pero también nos enseña a adorarlo por la misericordia que ha tenido para aquellos que por su gracia han sido salvados (Ef 2:8). No debemos perder de vista la necesidad que como creyentes tenemos de adorar a Dios; esa debe ser nuestra motivación.