Antes bien, en la medida en que comparten los padecimientos de Cristo, regocíjense, para que también en la revelación de Su gloria se regocijen con gran alegría. 1 P 4:13.
Ya que Pedro ha desarrollado en toda la epístola la realidad de los padecimientos de los cristianos y ha dicho que no es una cosa extraña, que antes bien, es una realidad que el mundo aborrece a Cristo y todo lo que le recuerda su Nombre. Así que cuando todos los creyentes estén sufriendo los mismos padecimientos, un grupo de cristianos en una misma sociedad debe encontrar de alguna manera gozo en ello.
Cuando un cristiano o una comunidad sufre los padecimientos, se identifica directamente con Cristo porque Él fue el primero en padecer por causa del evangelio y por llevarlo al mundo. Padeció por ser igual al Padre y dar testimonio de Él; todos los profetas anteriores sufrieron desprecio, pero no eran semejantes a Dios, pero cuando el Hijo vino, el mundo lo aborreció hasta la muerte.
Entonces lo que la Biblia nos dice es que, si alguno está siendo maltratado, debe consolarse en la revelación de Jesucristo, en la promesa de la vida que le ha sido otorgada (Ro. 8:18); de hecho, el Señor mencionó a sus discípulos que serían echados a la cárcel (Mt 24:9–14); además, mandó a la iglesia a resistir en medio de esa persecución (Ap. 2:10). Llamó bienaventurados a los que padecen por su causa (Lc. 6:22–23).
Los creyentes de estas regiones que recibieron la carta porque estaban en comunión con Cristo en sus padecimientos (Col 1:24). Tener comunión con Cristo no solo es una vida de oración, también lo es de padecimientos por el evangelio. Los hombres malvados y perversos existirán siempre; los que desprecien a Cristo también, así que los cristianos invariablemente tendrán alguien que los oprima (Jn. 15:20).
La cuestión es esta: no se padece en vano; aun el padecimiento nos recuerda la esperanza guardada para los creyentes, la gloria venidera y la comunión eterna con aquel que hoy representamos (Lc. 17:30). Entre más grande el sufrimiento de los cristianos, más anhelan y más se gozan en la esperanza eterna. Los creyentes que sufren la persecución tienen gozo porque el mundo los ve como ve a Cristo y pueden sentirse felices de padecer porque lo que este mundo puede hacerles es acercarlos más a la eternidad (2 Co. 4:16–18; Stg. 1:2).
Una de las razones por las que muchos cristianos se aferran a lo terrenal y viven sin pensar en la gloria venidera y la santidad es que han olvidado la revelación del Señor. Esto es desolador, que la comodidad nos quite ese deseo de morar en la eternidad con nuestro Señor, que nos olvidemos de sus promesas de redención, pero parece que cada vez más los cristianos hallan cómodo este mundo, olvidando las promesas de un cielo nuevo y una tierra nueva. Pero Dios, para que no nos suceda tal maldad, deja que los impíos nos persigan por causa de su evangelio, para que pensemos en las glorias venideras y no nos aferremos a este mundo que lo despreció.
