La conciencia cristiana prt.1

En esto sabremos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de Él en cualquier cosa en que nuestro corazón nos condene. Porque Dios es mayor que nuestro corazón y Él sabe todas las cosas. 1 Jn 3:19–20.

Esta expresión de Juan es el resultado de todo lo que hasta ahora ha dicho, el que hace pecado no es de Dios, el que no tiene comunión, ni ama a los hermanos, tampoco lo es, quien no vive en santidad, tampoco ha degustado la salvación. Todas estas características de los impíos en medio de la iglesia puede traer la duda a los corazones, entonces ¿Cómo saber si somos salvos? Lo que Juan nos dice es algo sencillo, pero eficaz ¿Nos acusa la conciencia cristiana?

En el corazón del ser humano está puesta la ley de Dios, sea creyente o incrédulo, esto hace que aunque el ser humano esté perdido, halle en su corazón una luz de moralidad. La ley en sus propios corazones los hace reos, ya que los acusa o los defiende (Ro. 2:14–15). Un cristiano que ha nacido de nuevo ama la Palabra de Dios y se goza en ella, por lo tanto, la medita y la lee, gusta de aplicarla en su vida y esta ley divina le irá dando las pautas de la santidad.

La palabra de Dios asegura nuestros corazones delante de Él, porque nos santifica (Jn 17:17), es por la Palabra que hemos renacido (1 P. 1:23). Si un creyente ha nacido de la Palabra debe anhelar estar cerca de ella, este ha sido el argumento de Juan en toda la epístola (1 Jn. 2:3–6; 3:6–10). La conciencia es lo que nos impulsa cuando estamos haciendo las cosas bien, a darle gloria Dios (2 Co. 1:12) y nos anima a luchar contra el pecado.

Sabiendo esto, ¿Por qué hay «creyentes» que no se santifican? La verdad es que los que no tienen una conciencia de santidad, tampoco la quieren tener porque sus obras son malas (Jn 3:19–21), le huyen a la Palabra de Dios, a la exhortación y a la santidad, son impíos que van hacia el infierno, no verán al Señor (Heb 12:14). Esta amorosa carta de Juan a los hermanos sirve para revelar los que se han infiltrado y también para que hagamos conciencia en qué lugar estamos, para que nos arrepintamos si estamos actuando como impíos y volvamos a la gracia de Dios.