Hijo mío, no rechaces la disciplina del SEÑOR. Ni aborrezcas Su reprensión, Porque el SEÑOR ama a quien reprende, Como un padre al hijo en quien se deleita. Pr 3:11–12.
La disciplina es una forma de amor en la que Dios guía las decisiones de los creyentes a la santidad; cuando no hay santidad y los caminos están torcidos, el Señor los endereza y usa como medio la disciplina para llegar a la convicción de pecado. La disciplina en realidad es muy dolorosa; el creyente tiene que pasar por la confesión y el arrepentimiento, pero los resultados son magníficos. La palabra disciplina se puede traducir como enseñanza (4:1), corrección (8:33) o disciplina (1:2); todo lo que la disciplina busca es dar guía al creyente para que vaya en pos de la santidad.
El creyente no debe desechar la disciplina porque es una muestra de amor. Dios al impío lo condena y ya su paga está establecida (Apocalipsis 21:8), pero en lo que al creyente respecta, el Señor está formando santos, personas con el carácter de Cristo, herederos del cielo, y por esto necesita corregirlos para que reflejen su ser celestial.
¿Cómo se puede tolerar la disciplina? Lo primero es ver el ejemplo de Cristo, que llevó con mansedumbre toda la carga de pecado nuestro aun siendo inocente y, por otro lado, encontrando ánimo en que la disciplina es el recordatorio de ser hijos de Dios (Heb 12:3–13); el creyente no debe encontrar desánimo en la disciplina del Señor (Heb 12:5, 6). Hay que recordar que la corrección, tanto terrenal como celestial, busca el crecimiento del corregido (Heb 12:9); además, Dios solo disciplina al que ama (Apo 3:19). La manera victoriosa de gozarse en la tentación es recordar el amor de Dios que santifica a sus hijos para que alcancen la imagen de Cristo antes de ser perfeccionados.
