Pedro, apóstol de Jesucristo:A los expatriados, de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos según el previo conocimiento de Dios Padre, por la obra santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con Su sangre: Que la gracia y la paz les sean multiplicadas a ustedes. 1 P 1:1–2.
La elección fue hecha antes de la fundación del mundo, dice Pedro, según el conocimiento de Dios, que es previo a la fundación del mundo, como ya se dijo. Ahora es importante que el creyente sepa que esa elección se hizo en el poder del Espíritu, en su obra santificadora. Esta obra santificadora es clave en el desarrollo de la epístola de Pedro; remarcará una y otra vez la importancia de la santificación en el creyente.
La obra del Espíritu Santo en la vida de los creyentes es invisible en primera instancia porque es una obra interna; la adopción, el bautismo, por ejemplo, son obras invisibles para la iglesia. Lo que no es invisible es el resultado, la santificación; cuando una persona es renacida por el poder del Espíritu, se empieza a manifestar esa obra en la vida externa. La fe (Ef. 2:8), el arrepentimiento (Hch. 11:15–18), la regeneración (Tit. 3:5) y la adopción (Ro. 8:16–17) se manifiestan en el nuevo nacimiento. Ha nacido una nueva persona en el cuerpo de Cristo.
Como resultado de la obra del Espíritu viene la santificación; esta obra, que en principio es una acción interna, empieza a manifestarse en el exterior. El nuevo creyente quiere ser como Dios (1:15-16), ha pasado de las tinieblas a la luz y puede dar testimonio de eso (2:9-10). Lo que podemos concluir de la enseñanza de Pedro es que, una vez iniciada la obra del Espíritu en la vida de los creyentes para salvación, lo acompañará el resto del peregrinaje aquí en la tierra para que luchen en la santificación de sus vidas.
Dios escogió a los creyentes para que fuesen santos (Ef. 1:4); nadie que diga ser creyente puede escapar de esta realidad, al menos que no sea verdaderamente hijo de Él. En otras palabras, todos los que somos salvados por la fe en Cristo Jesús luchamos por la santidad, demostramos que la obra de Dios ha iniciado en nosotros porque el pecado ya no nos deleita. Andamos siempre en busca de esa santidad, porque los que no la buscan no verán al Señor (2 Ts. 2:13; He. 12:14).
Como creyentes no debemos menospreciar la santidad y la búsqueda de ella en nuestras vidas; es curioso que sabemos qué tan cerca o tan lejos estamos de ella cuando nos rodeamos de otros que la procuran. Si un creyente se rodea de incrédulos, probablemente no verá el mal de su pecado, pero si se empieza a rodear de creyentes, notará la diferencia de lo que es vivir en la santidad, porque verá en otros la misma lucha que hay en él. Por último, queda decir que el fin de la santificación es la vida eterna (Ro. 6:22), lo que debería animarnos a luchar por ella, porque los que sufrimos aquí nos gozaremos allá con nuestro salvador Jesús. Mantener una vida piadosa no es fácil, pero nuestro galardón es grande en los cielos; vale la pena luchar por esa vida que agrada al Señor.