«Pero cobramos ánimo y preferimos más bien estar ausentes del cuerpo y habitar con el Señor» (2 Cor. 5:8).
La muerte de los creyentes es un paso para ir a Dios; el espíritu del fiel se transfiere de manera instantánea a la presencia de Jesús en el cielo durante el proceso de muerte física. Al ser apedreado Esteban, él recurre a Jesús, a quien percibía en el trono celestial: «Jesús, Señor, recibe mi espíritu» (Hch. 7:59). De la misma manera, Jesús le hizo esta promesa al hombre que estaba en la cruz al decirle: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc. 23:43).
Los apóstoles sabían que esta era una realidad; al morir, estarían en la presencia del Señor. Pablo lo señaló de esta manera: «Pues para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia» (Fil 1:21). La obra del cristiano en esta tierra se acaba y aparecerá directamente en el reposo eterno (Ap 6:10). Los que estaban muertos antes de la resurrección final no solo estaban en la presencia del Señor, estaban en comunión con Él y esperaban realmente la resurrección de sus cuerpos.
Hay dos expresiones que han traído consuelo a los creyentes en todas las épocas, dos frases que Cristo mismo dijo en relación con la muerte de Lázaro: «Jesús le contestó: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?”» (Juan 11:25–26). Esto demuestra la esperanza que tienen los creyentes aún en medio de la muerte y a pesar de ella. Los cristianos saben que sus vidas no acaban con la muerte, sino que solo es un proceso que los lleva a la etapa intermedia esperando la resurrección.
Los individuos que experimentan una vida espiritual, que confían en Jesús, nunca deberán tener inquietudes respecto a la conclusión de su existencia espiritual. Los individuos de fe cristiana, los hijos de Dios, viven con una considerable expectativa hacia el futuro. Anticipando la llegada de Jesucristo. El creyente, al igual que Marta, tiene la concepción de que Jesús es el Hijo de Dios, que ha venido al mundo conforme a la promesa del Padre, con el propósito de rescatarnos de la muerte y del infierno.
Al depositar la plena fe en Cristo, se puede estar confiado en el futuro más allá de la muerte, en la presencia del Señor; una vez que una persona es adoptada por Dios, nunca dejará de tener comunión con Él, ni la muerte podrá hacer esto. Es más, llega el momento donde los cristianos ven la muerte tan necesaria para llegar a la gloria que le pierden toda clase de miedo y pavor.
Es maravilloso vivir despreocupado por el futuro y anhelar la presencia de Dios, ver al cordero. Pero mientras en esta vida estemos, debemos pelear la buena batalla, correr la carrera (2 Ti 4:7-8) para entrar con gozo a la presencia del Señor, habiendo hecho lo que Él ha dado a cada uno de sus hijos.
