Si un hermano o una hermana no tienen ropa y carecen del sustento diario, y uno de ustedes les dice: «Vayan en paz, caliéntense y sáciense», pero no les dan lo necesario para su cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe por sí misma, si no tiene obras, está muerta. Stg 2:15–17.
En este texto Dios nos muestra un claro ejemplo de lo que significa la hipocresía de los que dicen tener fe, pero que no la muestran en su forma de vida. Lo que nos muestra la Palabra es que lo lógico entre los creyentes es que exista un actuar consecuente a las enseñanzas de Jesús y a la ley. El resumen de la ley es: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». (Stg 2:8), si este es el resumen de la ley, debe entonces ser evidente entre los creyentes ese amor.
Cuando un hermano toca nuestra puerta mostrando sus necesidades, entonces la iglesia, los hermanos deben abrir sus bolsillos para cubrir esas necesidades. El ejemplo que pone la Biblia es de alguien que no tiene suficiente ropa ni comida para el día a día. No puede simplemente ignorarse esa necesidad; eso es una muestra tangible de una fe falsa.
Juan en su primera epístola lo resume así: «Pero el que tiene bienes de este mundo, y ve a su hermano en necesidad y cierra su corazón contra él, ¿cómo puede morar el amor de Dios en él?» (3:17). Actuar de esta manera es despiadado, pero también muestra que el amor del Padre no reina en la vida de esa persona que dice ser cristiano.
Los que dicen que son de Cristo, por el poder del Evangelio son transformados, de manera que deben hacer las obras que Dios ha determinado de antemano para que andemos en ellas (Efe 2:10), tengamos un corazón misericordioso, seamos de un alma y una mente como iglesia, un solo cuerpo (Hch 4:32). Dicho esto, entonces cubrir las necesidades los unos de los otros sigue siendo una necesidad corporativa.
En el contexto inmediato, lo que la Biblia nos dice es que no podemos tener parcialidad, en medio de la Iglesia; menospreciar al necesitado y dejarlo abandonado en su necesidad es pecado, no podemos abandonarlo a su suerte porque entonces la fe que decimos tener está muy lejos de cumplir con la ley del amor.
Debemos, como creyentes, ser consecuentes y obrar en gracia y amor. El amor que decimos tener por Dios definitivamente se verá reflejado en cómo amamos a nuestros hermanos y cómo los cuidamos en sus necesidades, porque la fe y el amor de Dios derramado en sus hijos nos mueve a buenas obras; de lo contrario, esa fe que decimos tener está muerta porque no nace del Padre.