La fe profunda adora a Dios.

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En lo cual ustedes se regocijan grandemente, aunque ahora, por un poco de tiempo si es necesario, sean afligidos con diversas pruebas, para que la prueba de la fe de ustedes, más preciosa que el oro que perece, aunque probado por fuego, sea hallada que resulta en alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; a quien sin haber visto, ustedes lo aman, y a quien ahora no ven, pero creen en Él, y se regocijan grandemente con gozo inefable y lleno de gloria, obteniendo, como resultado de su fe, la salvación de sus almas. 1 P 1:6–9.

Los creyentes a los que Pedro les habla acerca de su salvación tenían gran regocijo en ella, les producía gozo, paz, como debería ser en la vida de todos los creyentes. El detalle es que debían aferrarse a ese gozo en medio de este mundo que no estaba siendo muy amigable con ellos. De hecho, Pedro señala que están siendo afligidos por diversas pruebas. La fe que ellos decían tener sería probada para que «resulte en alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo».

Es importante reconocer que las iglesias locales, cuando están dispuestas al sacrificio y a dar por Cristo lo que tienen, terminan siendo para la alabanza de su nombre. Una falsa teología de la prosperidad ha entrado en nuestras vidas, la que niega la necesidad de sufrir a causa de Cristo y de cualquier cosa. El mundo quiere eliminar el dolor de la vida del ser humano, pero este es inherente a la realidad del pecado.

El problema es cuando los creyentes quieren tener esta vida sin pruebas ni sacrificios. No podemos olvidar lo que alguna vez dijo Tertuliano: «La sangre de los mártires es semilla de los cristianos». No debemos pensar, hermanos, que en este mundo nuestra fe no va a ser probada; todo lo contrario, es necesario que sea pasada por el fuego. No podemos huir de los problemas encerrándonos en los monasterios dominicales y ahí encerrados somos cristianos por unas pocas horas y cuando salimos de ahí nos olvidamos de nuestro Señor.

La iglesia tiene las marcas de la cruz; está cimentada en la verdad de la resurrección de Jesucristo, lo que significa que antes de ello estuvo la muerte y muerte de cruz, el dolor y el sacrificio de nuestro Señor; la iglesia lleva esas marcas porque es con base en el desprecio de nuestro Señor que ahora somos salvados. Esto no es una doctrina del sufrimiento, es la doctrina de tomar la cruz cada día (Lc 9:23).

 Cuando las iglesias más han sufrido, ha habido mayor explosión del evangelio; no debemos pensar que el evangelio es amigable con la sociedad, esto es un engaño satánico que ha impedido que el evangelio se propague. El evangelio divide familias, sociedades y pueblos (Lc 12:51–53); los divide entre los salvados y los condenados, los hijos de Dios y los del diablo. No es raro que cuando prediquemos el Evangelio o realmente mostremos al mundo la verdad en la que creemos, nos quieran menospreciar y rechazar, pero es aquí donde el fuego arrecia, que la fe es probada para que sea para la gloria de nuestro Salvador.

Como diría Pablo: «Si perseveramos, también reinaremos con Él; si lo negamos, Él también nos negará; si somos infieles, Él permanece fiel, pues no puede negarse Él mismo» 2 Timoteo 2:12-14. Perseveremos, hermanos, en la fe que es en Cristo Jesús; pongamos nuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable (Rom 12:1) para que nuestra fe crezca aunque sea probada. Cuando estemos dispuestos a hacerlo, el nombre de Cristo será exaltado, porque su iglesia estará proclamando su nombre a todas las naciones, aunque, pasada por fuego, termina siendo la fe para la gloria de su Nombre.