El amor por Cristo produce fe que adora a Dios.

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… Jesucristo; a quien sin haber visto, ustedes lo aman, y a quien ahora no ven, pero creen en Él, y se regocijan grandemente con gozo inefable y lleno de gloria, obteniendo, como resultado de su fe, la salvación de sus almas. 1 P 1:7b–9.

Una de las características que Pedro resalta de la iglesia en la diáspora es su amor por el Señor. Los creyentes habían escuchado el evangelio, lo habían creído y ahora estaban disfrutando de la salvación y las promesas celestiales en medio de la persecución. Pero lo que el apóstol resalta es el amor que tienen por Cristo.

La fe es «la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve». (He 11:1), en esto abundaban los hermanos, amaban a Cristo sin verlo, pero nunca lo habían visto. Esta es la fe que se espera de los cristianos: que amen a Cristo a quien nunca han visto, pero que con seguridad crean en Él. Esta fe de la que Pedro habla produce gozo aún en medio de la persecución. Regocijarse significa estar enorme y abundantemente feliz; no es provisional ni basada en circunstancias ni superficial. Esta palabra es intensa y expresiva, pero describe bien lo que los hermanos pasaban; se gozaban en Cristo a pesar de la persecución.

Además, Pedro resalta que ese gozo es continuo, no cesa, pero además es inefable o indescriptible, no tiene explicación. Para el mundo, el gozo del creyente es locura. ¿Cómo puede alguien estar gozoso aún en medio del dolor o la persecución? Ese gozo proviene de la intimidad con Cristo y es inexplicable porque lo da el Espíritu (Gá. 5:22; 2 Ts. 3:5). Esto es lo que produce el amor por Cristo: gran regocijo, un gozo inexplicable que es también glorioso, es decir, que rinde alabanza a Dios. Cuando las personas aman al Señor, sus vidas cambian; las circunstancias no determinan su estado de ánimo. Los creyentes con una fe bien cimentada glorifican a Dios aún en medio de la persecución; eso es lo que Pedro le reconoce a la diáspora, su enorme amor a Cristo.

Este tipo de fe solo es dado por Dios y es la que da testimonio de que una persona realmente ha alcanzado la salvación y la vida eterna. La fe que es manifiesta en ese amor profundo, ese gozo inexplicable, lo que reflejaba en la vida de estos creyentes que sus almas habían sido salvadas. Pero esta salvación ya se disfruta en la actualidad cuando los creyentes hallan paz en Dios y esperanza en la limpieza de sus pecados.

Hermanos, nuestro amor por Cristo debe ser evidente, debe mostrarse con gozo y alegría, debe darle gloria a Cristo aún en los días más oscuros de nuestra existencia aquí en la tierra. Como creyentes debemos estar siempre gozosos (Tes 5:16), porque nuestro gozo no está anclado a las circunstancias inconstantes de este mundo, sino a la inamovible herencia eterna que nos espera con Cristo en los cielos. Este amor de los hermanos por Cristo es sin duda digno de imitar.