La verdadera dicha

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Cuando Jesús vio a las multitudes, subió al monte; y después de sentarse, Sus discípulos se acercaron a Él. Y abriendo Su boca, les enseñaba, diciendo: “Bienaventurados” – Mt 5:1–2.

Qué hermoso es saber que el primer sermón registrado de nuestro Señor comienza con palabras de gracia. En medio de un mundo que corre tras una felicidad frágil y pasajera, Jesús nos invita a sentarnos a Sus pies para enseñarnos un camino mejor, más profundo, más real: el camino de la bienaventuranza.

La palabra que abre el Sermón del Monte es makarios, que se ha traducido como “bienaventurados”. No se trata de un simple sentimiento, ni de una alegría que depende del estado de ánimo o de las circunstancias. Es una realidad profunda: un estado de gozo interno, estable, sólido, que viene de estar en paz con Dios. Esta bendición no es el resultado de lo que tenemos, sino de con quién estamos. Es la dicha que brota de haber sido reconciliados con el Dios bienaventurado (1 Tim. 1:11), de ser hechos partícipes de Su naturaleza (2 P. 1:4), y de vivir bajo Su favor paternal.

Las Bienaventuranzas nos sorprenden. Jesús declara felices a los pobres en espíritu, a los que lloran, a los mansos, a los que tienen hambre de justicia. No parecen descripciones de una vida “bendecida”, según los estándares del mundo. Pero en el Reino de los cielos, las etiquetas están cambiadas. El Señor nos enseña que la verdadera felicidad no se encuentra en la exaltación del yo, ni en la comodidad, ni en el aplauso, sino en una vida moldeada por Su gracia, dependiente de Su Espíritu, y conforme al carácter de Cristo.

Estas bienaventuranzas no son escalones para escalar hacia el cielo, ni requisitos para ganarse la aprobación de Dios. Son evidencias de una nueva vida, frutos del nuevo nacimiento. Jesús mismo vivió plenamente cada una de estas características. Él fue manso, pobre en espíritu, pacificador, justo y misericordioso. Y ahora, por medio de Su Espíritu, Él está formando ese mismo carácter en nosotros (Rom. 8:29).

Vivir como bienaventurados no es fingir una felicidad falsa. Es caminar cada día con Cristo, aun en medio del dolor, sabiendo que Él es nuestra paz y nuestra plenitud. Es confiar que incluso las lágrimas tienen sentido cuando estamos en Sus manos. Es recordar que la verdadera felicidad no es la ausencia de pruebas, sino la certeza de Su presencia con nosotros, aún en medio de ellas (Fil. 4:11–13).

Que hoy podamos recordar juntos que nuestro gozo no se construye sobre lo que el mundo nos ofrece, sino sobre lo que Cristo ya ha hecho por nosotros. Él nos llama bienaventurados, no porque seamos suficientes, sino porque Él lo es. Miremos al cielo, pongamos nuestra esperanza en Aquel que nos declaró bendecidos, y vivamos cada día con la alegría profunda de quienes ya han sido hallados en Él.