Amados, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. 1 Jn 4:7–8.
Juan otra vez llama a los creyentes al amor, les da ejemplo llamándolos amados, deben amar como fueron amados, no como fueron amados por Juan, sino como fueron amados por Dios. La palabra amor que se traduce aquí tiene una connotación desinteresada, es un amor que no puede ser pagado o que no se merece. Juan llama a amar desinteresadamente, sin buscar retribución (Fil. 2:2–5). Este tipo de amor es de abnegación (Col. 3:12–14), servir a los demás porque los amamos, independientemente quienes sean y como sean, merecen amor porque son nuestros hermanos (1 P. 2:17).
El creyente debe amar porque conoce la fuente inagotable de amor, Dios es amor (1 Jn 4:16) y los que son sus hijos entienden lo que significa amar porque han sido amados y ama a los que también han nacido de Él (1 Jn 5:1), pero también el amor se extiende hacia afuera, hacia los enemigos (Lc 6:31–36), a los necesitados, a quienes no pueden recompensarnos, hay que amar de la misma manera que Dios nos ha amado.
El que es nacido de Dios sabe amar y da testimonio del carácter de su Padre. Cuando las Escrituras nos dicen que Dios es amor, nos muestra la naturaleza divina, el amor del Padre es incomparable, es único, no debemos delimitarlo desde la perspectiva antropocéntrica de lo que significa amar, quien define el amor es Él y de Él lo hemos aprendido.
El amor procede de Dios, solo los que aman pueden decir que son de Dios, con amor desinteresado, abnegado, sacrificado por sus hermanos. Parece que conocer la fuente inagotable de amor nos lleva a amar a los que nos rodean. Indefectiblemente, si decimos que conocemos a Dios y que estamos a su servicio, debemos demostrarlo amando y sirviendo a nuestros hermanos, de lo contrario estaríamos fingiendo.