A ellos les fue revelado que no se servían a sí mismos, sino a ustedes, en estas cosas que ahora les han sido anunciadas mediante los que les predicaron el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas a las cuales los ángeles anhelan mirar. 1 P 1:12.
Los profetas de Dios trabajaban arduamente por el pueblo y llevaban el mensaje de la salvación a Israel anunciando la venida de Jesucristo. Lo que la Biblia nos dice es que lo hacían no para ellos, no eran ellos los que verían las profecías cumplidas; las tocantes al cordero las vio una parte de la sociedad y los beneficios ahora los disfrutaba la iglesia a la que se dirige esta carta.
Es muy particular lo que Pedro dice acerca del Evangelio; dice que es predicado por el Espíritu. Los hombres de Dios del antiguo y nuevo testamento eran movidos por el Espíritu y el resultado tan positivo que hubo fue gracias a la presencia de Él (Hch. 2:38–39). Pablo reconoció esto al decir que no fue con palabras elocuentes ni sabias; lo que hizo fue predicar con demostración del Espíritu (1 Co. 2:1–5).
Dado que el Evangelio es celestial e impulsado por el Espíritu, tiene poder, poder para salvar y transformar vidas (Ro. 1:16–17). Justamente los judíos que recibieron la carta eran testigos del poder del evangelio. No solamente los profetas anhelaban ver la salvación, también los ángeles; ellos querían ver la obra de la redención.
De un modo muy particular, los ángeles participaron en el plan de la redención: anunciaron el nacimiento de Cristo (Lc. 1:26–35; 2:10–14), le sirvieron cuando fue tentado (Mt. 4:11), anunciaron la resurrección (Mt. 28:5–7; Mr. 16:4–7) y lo vieron ascender (Hch. 1:10–11). Los ángeles no pueden ser redimidos; los que no cayeron con Satanás están sostenidos por el poder de Dios; los que cayeron están condenados. La salvación que hoy gozamos, muchos deseaban verla, los profetas y los ángeles que ahora ministran para la iglesia (He. 1:14).
Ahora que ya entendemos lo valiosa que ha sido la salvación que poseemos y que entendemos el tesoro que nos fue dado, el cual otros desearon ver y no pudieron, pero trabajaron arduamente para que llegara a nosotros. Ahora que todo esto nos fue revelado, debemos glorificar a Dios por su don inefable, por Cristo y la vida que nos ha dado (Ef 2:4–7). También esta verdad nos enseña la humildad: no somos salvos porque somos los más listos de la clase, somos salvos en un plan que nos supera; la gracia de Dios nos guardó para liberarnos de la ira, no por nuestras obras infructuosas (Ef 2:9).
Dios quiere, hermanos, que tengamos una conciencia clara de nuestra salvación, amplia y verdadera; a medida que sepamos cuán grande es nuestra salvación, más dispuesta estará nuestra alma a la adoración. La debilidad de nuestra adoración se debe a la debilidad de nuestra comprensión del Evangelio.