Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos a Él mentiroso y Su palabra no está en nosotros. 1 Jn 1:8–10.
Cuando éramos niños y cometíamos una falta y nuestros padres preguntaban por el autor de ella teníamos dos opciones confesarla y asumir las consecuencias o negarlas y recibir las consecuencias. Curiosamente muchas veces que confesábamos las faltas no había mayores consecuencias, pero cuando las ocultábamos siempre era peor. Sin embargo nunca dejamos de ser hijos amados por nuestros padres. Lo mismo pasa con el pecado confesado delante de Dios, las consecuencias no siempre serán quitadas pero al menos la gracia y el perdón están asegurados, cuando ocultamos el pecado, la gracia, el perdón y la disciplina divina están asegurados. Pero nunca dejaremos de ser hijos de Dios.
La condicional para hallar perdón de pecados es confesarlos, confesar un pecado es una acción del hombre que se pone a cuentas con Dios y se aparta de su maldad para estar de acuerdo con Él en lo que a la santidad compete. La confesion de pecado tiene un componente más, los pecados deben ser desenmascarados, el penitente debe mostrar arrepentimiento sin defensa ni justificación, porque es contra Dios que ha pecado.
Una vez que una persona es confrontada por su conciencia y confiesa su pecado automáticamente la fidelidad de Dios, lo cual es el carácter eterno e inmutable del Señor, que lo que dice hará y lo que ha prometido cumplirá y otorga perdón (Dt. 32:4), porque es Fiel y Justo. Este perdón no es porque el pecador lo merece, es por la gracia de un Dios que justifica a los pecadores, que les quita toda mancha de pecado, una vez y para siempre (Jer. 31:34, Heb. 8:12; 10:17). Pero que la sigue haciendo una y otra vez en aquellos que se apartan de pecado.
Es importante que este pecado será perdonado si la condicional se cumple, la condicional es confesar el pecado, porque el perdón es el resultado futuro de la misma. La buena práctica de confesar pecados debe ser nuestro día a día como David delante de Dios lo hacía (Sal 51). Los creyentes que ya fueron perdonados tienen la necesidad de confesar sus pecados, no porque pierdan la salvación, esa ya está asegurada en la fidelidad y justicia de Dios. El creyente confiesa su pecado porque ahora ha sido transformado por el Espíritu de Dios que habita en Él y mientras más crece esa comunión más grande se vuelve el odio por el pecado y más profundo el dolor por cometerlo (Ro. 7:15–25), el arrepentimiento produce tristeza (2 S. 12:13, 2 Cor 7:9–11).
¿Y que sino confieso mi pecado? Dios sigue siendo perdonador, pero también juez de los que niegan su santidad, Él ya hizo la obra perfecta delante del Padre, ya estamos sentados en los lugares celestiales, pero la justicia de Dios se revela en disciplina para sus hijos, porque al que toma por hijo lo disciplina (Heb 12:6-7). Por lo tanto el camino más seguro es estar a cuentas con Dios confesando nuestros pecados y hallando gracia en Él, esto es lo que desean sus hijos, estar en paz. Además ningún verdadero creyente vive en un constante pecar sin arrepentimiento, eso solo lo hacen aquellos que no han degustado la santidad de Dios.