La incongruencia de menospreciar al pobre en la Iglesia. Prt 2

a man standing in front of a window next to a woman

Pero ustedes han despreciado al pobre. ¿No son los ricos los que los oprimen y personalmente los arrastran a los tribunales? ¿No blasfeman ellos el buen nombre por el cual ustedes han sido llamados? Stg 2:5–6.

La Biblia nos muestra la realidad de los creyentes, el menosprecio que reciben de los incrédulos, que los oprimen. Esta palabra, opresión, se puede traducir así: «caer encima o mantener abatido por el uso injusto de la propia autoridad». Los ricos de este mundo ya se encargan de abatir a los creyentes, de humillarlos y menospreciarlos; los llevan a los tribunales, hacen y planifican maldades a los creyentes y blasfeman de Cristo. Los creyentes humildes y pobres deben soportar ya esto del mundo; no deberían sufrir lo mismo en la iglesia de parte de aquellos que se llaman «hermanos».

 La exhortación a la iglesia es muy fuerte porque han menospreciado a los pobres y han tenido preferencias entre los hermanos. La iglesia no debe comportarse como estos incrédulos, pero de alguna manera eso estaba pasando. En los tiempos de Jesús, los fariseos menospreciaban a los pobres, amaban los primeros lugares y no querían contaminar sus ropas espléndidas. A ellos el Señor los acusó de ser hipócritas y de actuar neciamente; el fin de ellos era la perdición.

Hermanos, no debe haber causa común entre los creyentes y los incrédulos. Los hijos de Dios no deben comportarse de la misma manera que lo hacen aquellos que desprecian a su Salvador. ¿Cómo el creyente va a tener las mismas actitudes de aquellos que menosprecian el Nombre de Cristo y sus seguidores? Esa es la reflexión a la que nos quiere llevar el Señor.

Hay suficiente menosprecio en el mundo para nuestros hermanos como para que vengan a sufrirlo también en la iglesia del Señor, donde todos somos inmerecedores de su gracia, pero a salvación fuimos llamados. Si hay un poco o mucho pecado de este tipo en medio de la iglesia del Señor, debemos apartarlo de nosotros y acercarnos a aquellos que también son ricos en Cristo Jesús.

  Porque no hay distinción entre judío y griego, pues el mismo Señor es Señor de todos, abundando en riquezas para todos los que le invocan. Ro 10:12.