La lengua es indómita.

Porque toda clase de fieras y de aves, de reptiles y de animales marinos, se puede domar y ha sido domado por el ser humano, pero ningún hombre puede domar la lengua. Es un mal turbulento y lleno de veneno mortal. Santiago 3:7–8

Una verdad impresionante que dice Santiago acerca de la lengua es su carácter indomable. Los animales todos fueron puestos para el hombre en el Génesis, así que el hombre fue puesto ahí para domar a las bestias, los animales y reptiles; todo está bajo su dominio. Santiago resume una verdad histórica de esta manera: toda clase de fiera ha sido domada y se puede domar.

Dicho lo anterior, a pesar de que el ser humano tiene esa capacidad de sujetar a las bestias, no puede domar la lengua. La Biblia la presenta como un animal indomable y turbulento, venenoso; la lengua es peligrosa. Parece que la idea es que cuando creemos que la lengua está domada, se resbala y ataca; hay días en los que está quieta, pero en realidad está invernando. Los creyentes somos también culpables de este mal; no podemos escapar de esa realidad.

¿Qué debemos hacer entonces? La Biblia también nos da algunos tips, por ejemplo: orar a Dios «SEÑOR, pon guarda a mi boca; vigila la puerta de mis labios» Sal 141:3. Cuando nos hacemos dependientes de Dios hasta para hablar, podemos vencer el pecado que habita en nosotros; hay que luchar contra los deseos de la carne en dependencia de Él (Gá. 5:17). Solo pareciéndonos más a Cristo podremos ir controlando nuestra lengua.

Un pecado que debemos controlar es la mentira; por ejemplo, de vez en cuando se nos escapan o quieren gobernarnos. Ese pecado es grave, conduce al infierno (Ap 21:8), ha causado muerte de inocentes, incluyendo al Señor (Mt. 26:57–60). Las personas tienden a tomar los pecados de la lengua muy ligeramente, pero en realidad son devastadores; no debemos menospreciar los pecados que Dios nos dice que son graves.

La única manera de luchar contra este pecado y esta gran maldad es sometiéndonos a Dios (Stg 4:7); el Señor se puede compadecer de nuestras debilidades, Él también fue tentado (Heb 4:15). Así que, hermanos, la única cura para este mal tan grande es anhelando ser como Cristo en todo, hasta en nuestra manera de hablar (1 P. 2:21–23). Para poder luchar contra este mal debemos ser conscientes y pedir perdón a quien nos puede perdonar (1 Jn 1:9), y seguir la santidad para ver al Señor. Esta es una lucha que todos tenemos, pero pocas veces la reconocemos, aunque la Biblia la pone en evidencia. Así que juntos procuremos la santidad.