Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes. Limpien sus manos, pecadores; y ustedes de doble ánimo, purifiquen sus corazones. Santiago 4:8
Nadie puede ofrecer ofrendas agradables a Dios con manos llenas de pecado. Lo que Santiago resalta es la santidad de Dios en comparación con los que quieren traer ofrendas a Él. Cuando alguien quiere acercarse a Dios, puede hacerlo por motivaciones muy egoístas; andan en busca de una sanidad, de un milagro, de riquezas y muchos beneficios que pretenden extraer del Señor con tan solo venir al lugar de reunión.
La exhortación es que se limpien de pecado primero (Is 1:15–16; 59:2); el pecado de los creyentes hace que Dios no vea las peticiones de sus corazones; aun en medio de la congregación, los santos deben estar seguros de estar limpios de corazón antes de ofrecer sacrificio al Señor. Tal es la ira de Dios para los que no toman en cuenta esta advertencia que participar de la memoria de la Cena con manos sucias traerá juicio a la Iglesia (1 Cor 11:30–32). Hay que asegurarse de limpiar los pecados, de la confesión de ellos, de buscar el perdón, antes de presentarse con una ofrenda.
Cuando los sacerdotes iban a entrar al templo, se encontraban con una fuente de bronce donde lavaban sus manos; si ellos no lo hacían, morían (Éx. 30:18–21; cp. Lv. 16:4). No debemos pensar que los estándares de Dios han cambiado; Él sigue siendo el Santo y Justo que paga a cada uno conforme a sus obras. Dios premia a los que se mantienen en pureza (Sal. 18:20) y castiga a los que no abandonan sus maldades.
Los creyentes debemos tener por costumbre la confesión de nuestros pecados, acudir a Cristo como abogado (1 Jn 2:1–2); ya expió nuestros pecados, ya pagó. Debemos apartarnos del mal y seguir la santidad (He 2:14) para presentar a Dios un culto agradable. Dios se agrada de la obediencia más que de los sacrificios (1 Sam 15:22); no debemos pecar pensando que, ofreciendo culto y ofrendas, alcanzaremos las misericordias del Señor, aunque andamos en pecado.
En cuanto a los incrédulos, a ellos hay que llamarlos al arrepentimiento y a la única fuente de perdón, Cristo (Jn 3:16), porque sus sacrificios no son aceptables, son abominación al Señor. Esto es lo que la Biblia nos enseña que debemos hacer: limpiarnos para traer ofrendas y llamar a los hombres a que se limpien de sus pecados en la sangre del cordero, es decir, en Cristo, quien murió, fue sepultado y resucitó conforme a las Escrituras. Él juzgará a cada uno y pagará por sus obras, ya sean buenas o malas (Romanos 2:6–8)