Y viniendo a Él, como a una piedra viva, desechada por los hombres, pero escogida y preciosa delante de Dios, también ustedes, como piedras vivas, sean edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. 1 P 2:4–5.
Los creyentes también se convierten en piedras vivas al creer en Cristo; la vida eterna les es transferida a todo aquel que cree y confiesa a Jesús como Señor. En este proceso de vivificación, los cristianos oran, sienten necesidad de estar cerca de otros creyentes, leen las Escrituras, todo ello como testimonio de que ahora son piedra viva. El creyente ya no vive para sí; ahora vive para Cristo (Gá 2:20).
El templo en Jerusalén representaba la presencia de Dios en medio del pueblo, pero era una casa material, derribada varias veces. En la actualidad, los creyentes se están edificando como ese templo espiritual; la iglesia es la casa del Dios viviente (1 Ti. 3:15). Los creyentes no solo forman parte del edificio; lo que Pedro ilustra es que están en completa comunión e intimidad con Dios, porque Él mora donde está su templo (He. 3:6).
También como creyentes hacemos la función sacerdotal; el deber de los creyentes es vivir para la gloria de Cristo. Ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios es dar de todas las facultades humanas, la mente y cada parte del cuerpo. Pablo también ruega a los creyentes a presentarse como sacrificio vivo (Ro 12:1). Entonces hay que entregar las capacidades nuestras al servicio de Dios.
También la adoración; en Hebreos se manda a los creyentes a ofrecer estos sacrificios de labios, confesar a Jesús como salvador (He. 13:15). Alabar a Dios es la declaración de poder y de atributos en forma de agradecimiento. La muerte y resurrección de Jesucristo ha hecho posible que los creyentes tengan este acceso directo al Padre, en adoración y en exaltación.
Para los creyentes, adorar a Dios es un placer imperdible; gracias a su amor y misericordia, se ha levantado una iglesia que le adora. Una persona que no ama adorar a Cristo no tiene deseo de ir a su morada celestial porque en la eternidad el creyente le adorará por siempre.
Adorar a Dios, ser parte de su casa espiritual son misericordias y cada creyente debe estar agradecido por ellas y dar gracias. Pero sobre todo debe estar haciendo uso de estos, dando gloria y honra a Dios con todo su ser.