Y viniendo a Él, como a una piedra viva, desechada por los hombres, pero escogida y preciosa delante de Dios, también ustedes, como piedras vivas, sean edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. 1 P 2:4–5.
Los creyentes tienen asegurada la salvación porque ya están en Cristo, pero deben venir a Él cada día más. Venir a Cristo resulta en una comunión que se va haciendo cada vez más profunda, al punto de volverse íntima. Lo que Pedro sugiere es que los creyentes deben intensificar la comunión que tienen con el Señor y eso deben hacerlo acercándose a Él.
Pedro se refiere al Señor como piedra viva a la que deben acercarse los creyentes; esta metáfora lo que apunta es a Cristo como eje principal de la iglesia. Él es la piedra fundamental, es Cristo divino y poderoso, es quien sostiene la iglesia.
Pedro sabe lo importante que es estar cerca de Cristo; para los creyentes, Él es precioso y Dios le ha dado ese carácter de ser magnífico y deseable, aunque desechado por los judíos y por el mundo impío. Es interesante cómo Pedro llama a los creyentes a estar cerca de Cristo porque ha sido precioso delante de Dios.
Todo aquel que quiere ser salvo solo lo puede ser por medio de aquel a quien Dios escogió para esa tarea, es decir, Cristo. El mundo anda errante buscando salvación, pero a la vez desecha el evangelio. Como creyentes, debemos amar el Evangelio y aferrarnos a él porque este nos acerca más a Cristo.
Si para Dios Cristo es la piedra preciosa, debe a nosotros, como creyentes, inspirarnos a buscarlo y a tener esa intimidad profunda, a amarlo y a desearlo cada día, hasta que seamos semejantes a Él, hasta que seamos transformados a su gloria. Cada cristiano verdadero anhela la comunión con Cristo y se acerca a Él; de lo contrario, no tiene sentido desear ir a la eternidad con Él. Todo lo que un creyente tiene en esta vida está en Cristo, por eso se aferra a Él, lo ama, o al menos, esto debería ser nuestro deseo.