La prioridad es Cristo, no debemos dejar que las cosas terrenales nos impidan seguirle.

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two roads between trees

A otro le dijo: «Ven tras Mí». Pero él contestó: «Señor, permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre». «Deja que los muertos entierren a sus muertos», le respondió Jesús; «pero tú, ve y anuncia por todas partes el reino de Dios». También otro dijo: «Te seguiré, Señor; pero primero permíteme despedirme de los de mi casa». Pero Jesús le dijo: «Nadie, que después de poner la mano en el arado mira atrás, es apto para el reino de Dios». Lc 9:59–62.

Decir amar a Jesús incondicionalmente no es para todos; los que escuchaban el evangelio se veían sorprendidos por la capacidad que el Maestro tenía al enseñar, querían aprender e ir en pos de Él, pero lo que algunos no sabían era lo que se demandaba de aquellos que están yendo por el camino del discipulado de Jesucristo.

Un hombre, quien fue llamado, estaba esperando a que su padre muriera, quizá por la herencia, o porque le era más cómodo estar al lado de su padre. Muchos ponen como pretextos a sus familiares para no ir en pos del Señor, buscan cualquier excusa para no rendirse a los pies de quien los ha llamado. Los apóstoles estaban conscientes de que habían abandonado cuanta cosa tenían por seguir al Señor (Mt. 19:27); quizá escuchar estas excusas los movía a pensar en el difícil camino que transitaban.

La otra persona quería despedirse de sus familiares, lo que suponía «algo positivo», pero en realidad lo que estaba demostrando es que no tenía la capacidad de priorizar a Cristo; su prioridad era la familia; al volver a ellos, quizá sería convencido de no ir en pos de Jesús para quedarse en la comodidad y fraternidad del hogar.

Las respuestas de Jesús son simples; no se puede estar pensando en los que están vivos como un pretexto para no hacer lo que demanda de los discípulos; no debe estar esperanzado en las riquezas o en las herencias (Lc. 16:13), cuando se espera de los cielos el pan diario de cada día. No se puede estar caminando con Cristo y doliéndose por lo que se deja atrás; eso es no seguirlo. El llamado del evangelio es tal que cualquiera que no ame más a Cristo que a sus familiares puede ser discípulo del Señor (Lc. 14:26).

En el evangelio no hay tintes medios; o estamos con Cristo o no. O amamos a Cristo o amamos al mundo (Stg. 4:4). La falta de obreros en la mies del Señor se debe a estas mismas circunstancias; algunos desean prosperar económicamente, otros tienen la mirada en lo que ya poseen y que no están dispuestos a dejarlo, y otros que aman tanto a sus familias y círculo social que no están dispuestos a seguir al Señor porque supone dejarlos atrás. Todo ello se resume en amar al mundo (1 Jn. 2:15–17).

Tomar la cruz y seguir a Jesús no es una cosa fácil (Lc. 9:23–24); no deberíamos estar tan acomodados en este mundo cuando hay tanto trabajo por hacer en la mies. Los que ya estamos en Cristo deberíamos estar conscientes de esto. ¿Realmente hemos dejado todo por el Señor? O todavía estamos echando la mirada atrás; deberíamos despojarnos del peso y del pecado para correr la carrera cristiana (He 12:1–4) para que al final de la meta esté Cristo. Muchos hoy dicen correr la carrera, pero al final de la meta es donde el galardón de cada uno será dado: vida para los que van en pos del Señor y muerte para los que lo desprecian y desprecian su camino.