Pero el fin de todas las cosas se acerca. Sean pues ustedes prudentes y de espíritu sobrio para la oración.Sobre todo, sean fervientes en su amor los unos por los otros, pues el amor cubre multitud de pecados. 1 P 4:7–8.
Pedro les recuerda a los creyentes que el tiempo de la venida del Señor está cerca, que ese tiempo está por cumplirse porque ya está decretado y se espera nada más el cumplimiento de la promesa. De alguna manera, la esperanza de Cristo viniendo pronto por su iglesia y cumpliendo las promesas (Col. 3:4) ha mantenido la iglesia vigorosa, trabajadora, santa y hasta sufriendo. Esa expectativa de ver pronto a Cristo cara a cara los hacía guardar los mandamientos (1 Ti. 6:14).
Un error que han cometido las iglesias es abusar de las predicaciones de un Cristo que viene, como los tesalonicenses que dejaron de ser productivos, pero el otro extremo fue cesar de predicar sobre la venida de Cristo y esto ha desencadenado una vida relajada, pecaminosa y hasta despreocupada de la iglesia, sin programas de evangelismo, aburrida, sin ánimo pronto y, ¿por qué no decirlo?, rutinaria y para algunos hasta sin sentido (Ap 3,4).
La expectativa que vivieron los apóstoles por ver de nuevo al Señor era impresionante; pacientemente trabajaban y enseñaban a otros a trabajar arduamente por el evangelio de Jesucristo (Stg. 5:7–8). Pero la expectación se ha perdido; entre la burocracia y los salarios que no alcanzan, las universidades, los estudios, el estatus de vida y las deudas bancarias. La expectación por el Señor se quedó, al parecer, varada en el siglo XX; no ha alcanzado estos siglos.
La última persona que me animaba, esperando la venida del Señor, murió aguardando ese día y me explicaba la importancia de trabajar y no desmayar, lo que significa hacer tesoros en los cielos y no en la tierra, la importancia de llevar el evangelio. Se necesitan más discipuladores así, que con el ejemplo enseñen a otros a trabajar arduamente por Cristo porque lo esperan y lo anhelan. Esos maestros que se aferraban a la Biblia y a Cristo hasta para congregarse (He. 3:13; 10:24–25).
La verdad en todo esto es que Cristo pronto viene, y esto no debe olvidarse. Él viene y por eso trabajamos y nos desgastamos; algunos se han empobrecido, otros sufren persecución y muerte, otros entregan fortunas para que el evangelio corra. Se predique o no esta verdad en la iglesia y desde los púlpitos, cada cristiano debería estar consciente de que el Señor vendrá. Debe animarse a los creyentes a que trabajen duro por el Señor, porque vendrá en gloria y se llevará a sus hijos vivos y muertos para glorificarlos.
Hermanos, permanezcamos en Cristo, volvamos a anhelarle, seamos esta generación que espera al Señor. Si hacemos todo con esa conciencia, no seremos avergonzados, el avivamiento vendrá y, cuando se nos manifieste el Señor, podremos acercarnos confiadamente (1 Jn. 2:28). Cristo viene; Dios quiera que nos halle haciendo su obra, la que nos encomendó a cada uno, y no escondiendo los talentos.
