La realidad del pecado confesado.

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Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos a Él mentiroso y Su palabra no está en nosotros. 1 Jn 1:8–10.

Hace algún tiempo menospreciaba el seguro social de mi país, me parecía mediocre y que no necesitaba mi atención. Por muchos años no fui a atenderme al médico y caí en el pecado de la arrogancia pensando que todos tenían la misma posibilidad que hay en mi país. Al salir a otros lugares y conocer sus sistemas me di cuenta de lo maravilloso que es el nuestro, basta con asistir a una cita, para venir con recetas, exámenes y más citas. Tuve que entender la carencia de un sistema médico para disfrutar lo que tengo.

Cuando por el poder de la Palabra de Dios un creyente puede confesar su pecado entonces puede ser perdonado, esa es la conclusión de Juan. Esta parece muy sencilla y hasta la tomamos a la ligera pero tiene sus implicaciones, entre ellas la más importante es que el arrepentimiento es la base de la salvación. Los predicadores siempre están llamando al arrepentimiento (Mr. 1:15; Lc. 18:13–14, Hech 2:38). No basta con una oración, con pasar al frente, o congregarse. Es necesario el arrepentimiento del pecador para el perdón de pecados, debe haber esa convicción de pecado por el Espíritu Santo para que alguien alcance salvación y vida.

Ahora los salvados, los justificados constantemente están confesando su pecado (Is. 6:5, 1 Cr. 21:17, Dn. 9:20), esa necesidad recurrente del creyente de buscar perdón tiene su origen en la santidad de Dios, al sentirse incapaces de alcanzarla. La palabra confesar denota la idea «repetir lo mismo» es ponerse de acuerdo con Dios de que lo que hacemos no alcanza su santidad. Alguien podrá argumentar que el pecado ya todo fue perdonado en la Cruz y eso es cierto pero también es cierto que es Dios por medio de su Espíritu que trae esta convicción de pecado a los que ya ha salvado. Desde el Antiguo Testamento hay ejemplos en las Escrituras, en los salmos y los encontramos también en las epístolas (Ro. 7:15–25, 2 Cor 7:9–11, 1 Ti. 1:15). Por lo tanto si se ha practicado desde la antigüedad no debemos menospreciarlos o sentirnos más santos de aquellos que lo fueron antes que nosotros.

La confesión de pecado debe ser habitual entre los creyentes para ser más como Cristo, alejados del pecado y tener comunión con el Padre. Ahora esto debe hacernos entender que el arrepentimiento significa dejar el pecado a cualquier costo, alejándose de todo lo que me invita a pecar y mutilando esas áreas de la vida (Mt. 5:29–30) y restituyendo al agraviado si es necesario (Lc. 19:8–10). Una vez que el creyente es perdonado por Dios y siente el verdadero perdón le será más fácil perdonar a otros (Mateo 6:13) un pecado oculto solo crece y crece más. Un pecado confesado desde el arrepentimiento genera santidad y comunión intima con Dios.

Por lo tanto no dejemos de confesar nuestro pecado a Dios para hallar gracia en Él y tener un corazón limpio de nuestra propia maldad, Él nos da esa paz y ese perdón cuando vamos a confesarle nuestra necesidad de perdón, además nos hará disfrutar de su carácter perdonador.

Al igual que la ilustración del sistema médico, del cual no era consciente, es necesario ser conscientes de que el perdón y la comunión con el Padre no está al alcance de todos y que debemos disfrutarlo, cuidarlo y no estropearlo al ocultar nuestro pecado. Es por su fidelidad que perdona, por su justicia pero de eso ya hablaremos. Pero requiere que seamos humildes y reconozcamos nuestras faltas a veces en secreto y a veces en la disciplina de la confesión de pecados delante de otros y esto nos librará de peores males, además nos dará el gozo de la salvación y de la santidad.