Porque Él estaba preparado desde antes de la fundación del mundo, pero se ha manifestado en estos últimos tiempos por amor a ustedes. Por medio de Él son creyentes en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, de manera que la fe y esperanza de ustedes sean en Dios. 1 P 1:20–21.
Una de las verdades bíblicas más impactantes es esta: Cristo estaba preparado desde antes de la fundación del mundo para ser sacrificado. Esto tiene implicaciones muy profundas; el Señor estaba al control de todas las cosas, sabía y entendía lo que pasaría si creaba al ser humano y aun así lo hizo. No solamente eso, planificó el plan eterno de la redención para que las personas se salvaran.
En los últimos tiempos de los que habla, Pedro se refiere a la época de quienes recibieron la epístola, es decir, que estaba convencido de que el plan eterno de Dios estaba manifestándose en amor para los creyentes. Hoy los creyentes también pueden decir que son resultado de ese amor de Dios, el cual dispuso a su hijo a ser sacrificado en la cruz por hombres impíos (Hch. 2:23; 4:27–28).
Hay implicaciones prácticas de la realidad de este amor que debemos notar; la primera es la que fluye del texto: Pedro viene llamando a los hermanos a la santidad y ahora les demuestra la calidad de salvación que tienen para que se santifiquen. Un Dios que los ha visto, los ha redimido y les ha provisto de todo lo necesario para la salvación, es digno de toda honra y reverencia, es digno de un pueblo santo.
Otro detalle de esta realidad es que las personas no pueden jactarse de la salvación que tienen, porque fueron salvados sin hacer ninguna obra humana (Ef 2:9); en otras palabras, desde la eternidad el plan de redención estaba dispuesto (Ef. 1:5–11), listo para ejecutarse, y los salvados en Cristo solo esperaban la manifestación del cordero sin mancha (Gá. 4:4–5).
El amor de Dios fue manifestado en Cristo (Jn 3:16); ahora somos justicia de Dios en Él (2 Co. 5:21). Este sacrificio eterno de Dios, entregando a su hijo para salvar a pecadores merecedores del infierno, solo puede llevarnos a la adoración y a la santificación. Cada creyente que es consciente de la realidad de su salvación se santifica y vive una vida de devoción. Quizá entender lo que significa que Dios entregó a su hijo antes de fundar el mundo sea un misterio difícil de comprender, pero lo que demanda ese sacrificio es algo que cada uno de los cristianos debe anhelar y aplicar a sus vidas.