La resurrección, fuente de esperanza y fe.

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Por medio de Él son creyentes en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, de manera que la fe y esperanza de ustedes sean en Dios. 1 P 1:20–21.

Por medio del sacrificio de Cristo es que ahora los creyentes podemos creer en Dios, porque no hay otra manera de llegar a Dios si no es por Él (Jn. 14:6). Las personas que no reconocen la obra de la redención, la muerte y resurrección de Jesucristo, no pueden llamarse creyentes porque no pueden alcanzar a Cristo, no han conocido a Dios, por lo tanto, están condenados.

Es por medio de Jesús, el que resucitó, que hemos alcanzado la salvación (Rom 10:9-10). La salvación consiste en creer en Dios (He 11:6) y en su hijo Jesucristo (Jn. 6:40). Porque una vez resucitado, Dios glorificó a Cristo; esta glorificación fue claramente visible para quienes lo vieron ascender al Padre (Hch. 1:9–11), porque volvió a la gloria que antes tenía con el Padre (Jn. 17:4–5). La exaltación de Jesús la relata Pablo a los filipenses:

Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre, que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre. Flp 2:9–11.

Esta obra milagrosa de la redención debe ayudar a los creyentes en Cristo a poner la fe y la esperanza en Dios. Esta fe nos permite confiar en la providencia divina, vencer los temores y ansiedades, porque el que tiene el poder de levantar a Cristo de la tumba y glorificarlo es quien nos cuida y nos sustenta. La fe nos guía aún en los días más oscuros, nos ayuda a orar y a no afanarnos.

Por otro lado, la esperanza en Dios nos permite creer en lo que él nos ha prometido para el futuro, nos guía hacia la eternidad (Ro. 5:2). La esperanza es esa certeza de que no pereceremos en el infierno (Sal. 49:15). Por fe, hoy sabemos que somos salvos, que Dios nos guarda, y por la esperanza esperamos la redención completa de nuestras almas (Col 3:1–4).

Esta esperanza y esta fe, si realmente son genuinas, deben producir en los creyentes santificación, deben llevarnos a parecernos más a Cristo, porque en la eternidad solo estaremos en su presencia. El que no anhela ni desea por fe estar presente a Cristo y la santificación para ser semejante a Él, no tiene razones para desear estar con Él toda la eternidad. Pero los que tenemos esta fe, santifiquemos, esperando que Dios mismo nos glorifique con su Hijo (Rom 8:17).