Sean, pues, imitadores de Dios como hijos amados; Ef 5:1.
Si bien es cierto que los creyentes ya fueron lavados y purificados desde antes de la fundación del mundo. El mandamiento para la Iglesia es «Sean, pues, imitadores de Dios como hijos amados» (Ef 5:1); el carácter a imitar es la santidad. Los creyentes todos tienen que ser imitadores de Dios y de Cristo; el llamado que hace Pedro es que sean santos, como Dios también es santo (1 P 1:15-16) Los cristianos tienen que esforzarse por vivir ahora la vida piadosa en la santidad que corresponde a la vida que han sido llamados.
Más adelante, Juan, en su epístola primera, va a recalcar que todo aquel que dice que es de Cristo debe andar como él anduvo, que ninguno que dice ser cristiano puede andar en una vida pecaminosa, porque entonces es mentiroso. No es posible que alguien que haya sido llamado a la vida eterna y elegido desde antes de la fundación del mundo pueda vivir una vida despreocupada y llena de pecado. En esta segunda sección de la epístola se va a hacer el resumen de todas esas obras de la carne que el creyente debe dejar. Debido al motivo de este ensayo, solo se citarán, pero sí es importante recalcar que el hecho de que Dios haya escogido a la iglesia desde antes de la fundación del mundo no le da la libertad para vivir en pecado y lejos de la santidad que demanda Dios.
Los pecados que los creyentes deben dejar son la inmoralidad, la impureza, la avaricia, las obscenidades, necedades, groserías y la idolatría, porque ninguna persona que cometa estas actividades puede entrar en el reino de Dios (Ef 5:1–5). La elección de Dios no se puede usar como pretexto o como herramienta del libertinaje, la salvación por gracia debe ser el motor que los creyentes tienen para ir en pos de la santidad que conviene a la casa del Señor. De manera que si alguno dice ser cristiano y vive en esta forma mundana, se engaña a sí mismo y la verdad de Dios no está en él. Juan, el apóstol, lo resume de la siguiente manera:
Si decimos que tenemos comunión con Él, pero andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad. Pero si andamos en la luz, como Él está en la luz, tenemos comunión los unos con los otros, y la sangre de Jesús, Su Hijo nos limpia de todo pecado. (1 Jn 1:6–7).
Ahora es importante resaltar que la seguridad de la salvación no está en las obras de los creyentes; la confianza está en Dios que hace promesas inquebrantables. Como resultado de esto, el Espíritu guía a los creyentes a amar a Cristo; el conocimiento de los creyentes de la doctrina de la elección dará seguridad y a la vez llevará a los cristianos a una vida santa. Estas evidencias son importantes para que los creyentes estén seguros en la salvación que Dios les ha dado y a la vez testifiquen a otros de la necesidad que tienen de ser salvados.
