El principio de la sabiduría es el temor del SEÑOR, Y el conocimiento del Santo es inteligencia. Pues por mí se multiplicarán tus días, Y años de vida te serán añadidos. Si eres sabio, eres sabio para provecho tuyo, Y si escarneces, tú solo lo sufrirás. Pr 9:10–12.
Otra vez se encuentra la declaración teológica de la sabiduría: el principio, la raíz o la fuente de la sabiduría es el temor a Jehová; la constante repetición de este principio nos hace saber lo importante que es. La única fuente del saber, de la verdad, de las manifestaciones de justicia es nuestro Dios y, si queremos alcanzarlas, debemos temerlo en el sentido positivo de darle honra, gloria, pero sobre todo la comunión íntima con el Señor es la que da la sabiduría.
La sabiduría tiene el poder de alargar la vida de los que la poseen, en un sentido terrenal porque aleja al sabio de los peligros que lo rodean y de la maldad. Pero también de la manera espiritual, solo los que tienen comunión directa con Él pueden alcanzar vida eterna. Los insensatos desprecian a Dios y todo lo que de Él proviene, hasta la vida eterna.
La conclusión del proverbista es fácil: el sabio tendrá gozo y aprovechará todas las cosas, pero el que decide desechar a Dios entonces sufrirá las consecuencias; esto es la realidad de las personas; aun los creyentes tienen que tomar esa determinación, si portarse como necios o como sabios; independientemente de cuál sea la decisión, debe acarrear las consecuencias, ya sea la bendición divina o la paga de su pecado.
La Biblia exhorta constantemente a los creyentes a andar sabiamente. Nos da pauta para hacerlo: redimir bien el tiempo. Esto es, usarlo bien, buscando y entendiendo cuál es la voluntad de Dios, procurar las cosas espirituales siempre, ser agradecidos con el Señor y siendo humildes, sujetándonos unos a otros (Ef 5:15–21). Esto solo son algunos principios que tiene la Palabra de Dios para andar sabiamente. El creyente debe estar dispuesto a perderlo todo si es necesario con tal de alcanzar la sabiduría y el conocimiento de Dios, como diría Pablo.
La sabiduría de Dios debe ser la razón por la que estemos dispuestos a abandonar todo (Flp 3:7–11). A tenerlo todo por pérdida a fin de que en el conocimiento de Él logremos una santificación continua. Un camino donde la guía es su Palabra iluminada por su Espíritu, donde ciertamente la sabiduría pueda fluir entre los creyentes para el crecimiento espiritual, a fin de que sea de provecho para la congregación de los santos. En este punto, la sabiduría se disfruta o se adolece de la falta de ella.
Como cristianos debemos luchar para ser de bendición para el pueblo de Dios; la única manera de serlo es siendo llenos de la sabiduría, conocerlo y disfrutarlo. De manera que lo único que podamos aconsejar, enseñar sea la Palabra, y que la sabiduría traiga el fruto del gozo y de la santificación. No podemos ser de bendición real para la iglesia si despreciamos la sabiduría celestial; crecer en el conocimiento de Dios y en su sabiduría es beneficioso para quien la obtiene como para quienes lo rodean.
