La salvación es evidente en que los seguidores de Cristo lo obedecen.

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Elegidos según el previo conocimiento de Dios Padre, por la obra santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con Su sangre: Que la gracia y la paz les sean multiplicadas a ustedes. 1 P 1:1–2.

La sangre que se rocía tiene una connotación histórica, que tiene que ver con el templo y el sacrificio de los holocaustos y becerros. Esta sangre era derramada sobre el altar en presencia de Dios y al pueblo se le rociaba con ella. Toda esta ceremonia simbolizaba el compromiso que había de las partes en mantenerse firme en lo que había prometido. Ciertamente, Israel no había comprometido nada de sus posesiones; todo lo había dado Dios, y el deber de ellos era obedecer la santa ley del Señor y seguir sus ordenanzas.

La obra del Espíritu Santo es similar, según lo que enseña Pedro: cuando un creyente acepta a Jesús como salvador, también lo recibe como Señor y se somete a su señorío. Debe aceptar su ley y guardarla. Los creyentes del primer siglo quemaban sus dioses y los abandonaban; era evidente que la regeneración había sucedido en sus vidas (1 Ts. 1:9). La sangre de Cristo derramada en la cruz es ese medio que Dios ha usado para comprometerse a salvar a su pueblo (Mt. 26:27–28).

Ahora que los creyentes son rociados con la sangre de Cristo, muestran la obra de redención en sus vidas por la fe, la santidad, el amor a la Palabra y el sometimiento voluntario a Cristo. Para Pedro, solo los obedientes a Cristo muestran esa verdadera relación (Hch. 5:31–32). Quien dice que conoce a Dios y no guarda su ley es mentiroso y la salvación no está en él (1 Jn 2:3–6); se engañan a sí mismos y a quienes los rodean.

La salvación no es por obras humanas; solo se puede alcanzar por la muerte y resurrección de Jesucristo, como cordero sin mancha, solo por la fe, es por gracia que Dios salva al pecador. Pero el compromiso de los que siguen a Cristo es la santidad y la obediencia. Cuando los creyentes pecan, pueden hallar descanso en el perdón que Cristo otorga (1 Jn. 1:7).

Estas verdades teológicas son las que Pedro va a desarrollar a lo largo de la epístola; no será la primera vez que se encuentren, por lo tanto, serán desarrolladas más adelante. El saludo de Pedro a los hermanos está lleno de teología y de deseos de que la paz y la gracia de Dios les sean multiplicados. Por ahora debemos entender que la obediencia a Cristo es una clara evidencia de la salvación que ahora nos ha dado. Los hijos de Dios anhelan serles obedientes en todo; los falsos maestros e hijos de Dios tuercen la ley para no obedecer. Esto solo es marca de su condición de perdición eterna.