La seguridad en la salvación

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Sabemos que todo el que ha nacido de Dios, no peca; sino que Aquel que nació de Dios lo guarda y el maligno no lo toca.1 Jn 5:18

Antes de cerrar esta epístola, el Señor nos recalca el principio de la santificación. Los que dicen haber nacido de nuevo han abandonado la vida de pecado para siempre. Los incrédulos, por otro lado, viven en constante pecar, son esclavos del pecado (Jn. 8:34; Ro. 6:16), se encuentran dominados por satanás (Col. 1:13).

La idea central es esta: el creyente ya ha sido liberado del dominio del pecado y de satanás (Ef. 2:2); por lo tanto, ya no vive bajo el dominio del pecado, ya no es esclavo. No es que haya dejado de pecar para siempre; lo que el texto nos dice es que ha dejado la esclavitud para siempre. Por la gracia y el sacrificio de Cristo, ahora el creyente es libre (Jn. 1:29); su pecado ha sido quitado. La observación es que los creyentes no pueden vivir en el pecado, deleitarse en él o tener un patrón de constante pecar, porque su vida ya no está bajo el poder del maligno; ahora está bajo la influencia del Espíritu.

Hay otra verdad que sostiene al creyente del pecado y de satanás, Dios guarda a los suyos, el mundo lleno de pecado y de muerte no puede cambiar la naturaleza ni el fin de aquellos que ya han sido redimidos. Dios está comprometido a terminar la obra que inició en sus hijos (Fil 1:6); la salvación está segura más allá de lo que pueda hacer el mundo (Rom 5:10). El mundo puede matar a todos los creyentes, pero la obra de Dios no, ni en ellos, por cuanto ya han sido santificados, ni en el mundo, porque este mundo le pertenece al Creador.

Dios guardará a los suyos para que disfruten de su herencia eterna (Ef. 1:4). Es el Señor el que garantiza la salvación de aquellos que llamó; por lo tanto, estos no pueden renunciar a la salvación, a la vida eterna, ni volver a su antigua vida, porque quien los salvó los guarda de apostatar. Dios pagó con su propio hijo lo que era necesario para redimir a los escogidos; este mismo pago hace que la salvación esté garantizada (Hch. 20:28). El acusador no puede acusar a los que por Cristo han sido limpiados, ni hay poder que se pueda levantar contra los creyentes (Romanos 8:31–39).

En resumen, la victoria está segura en Cristo Jesús; ya no hay condenación para aquellos que han sido salvados, los que viven en una constante santificación. Mientras el mundo es esclavo del pecado, el creyente se santifica esperando a su Señor; ya no vive para el pecado, vive para aquel que lo ha libertado de la muerte y el pecado.

Él nos ha salvado y nos ha llamado con un llamamiento santo, no según nuestras obras, sino según Su propósito y según la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús desde la eternidad, 2 Ti 1:9.