Pues quien ha padecido en la carne ha terminado con el pecado, para vivir el tiempo que le queda en la carne, ya no para las pasiones humanas, sino para la voluntad de Dios. 1 P 4:1-2.
Jesús es quien ha vencido la muerte y el pecado, es quien puede dar la verdadera victoria a los creyentes, transformándolos el día de la victoria (Fil 3:21). La victoria del Señor la ganó con su sacrificio hecho en la cruz; Él mismo se humilló para que los suyos tengan la misma glorificación. No fue un evento fortuito lo que sucedió; ha sido la voluntad de Dios dar a Su Hijo para que sufriera la muerte para salvar a los que por la fe habrían de creer. (Fil 2:6–8).
Esta victoria de Jesucristo hace que los creyentes tengan una forma de vivir diferente a la que antes tenían; es importante para los cristianos saber qué hacer ahora que están en Cristo. Dado que la carne y el pecado hacen parte de la vida del mundo y son aspectos con los que tenemos que luchar (Ro. 7:18), debemos ser conscientes de nuestras debilidades para poder luchar y armarnos en contra de ellas e ir en pos de la santidad.
Lo que muchos que dicen ser creyentes y viven una vida despreocupada y de pecado no saben es que los que heredan el reino de los cielos son los que hacen la voluntad del Padre y no los que lo llaman «Señor». La ocupación de los creyentes en esta tierra debe ser hacer la voluntad de aquel que los llamó de las tinieblas a la luz admirable (1 P 2:9).
Para lograr ese objetivo, es crucial que los creyentes tengan una verdadera vida devocional, buscando la voluntad de Dios cada día en oración, en las Sagradas Escrituras, en la comunión con los santos, en la adoración a Dios. Cuando el cristiano logre tener esta forma de vivir, entenderá fácilmente cuál es la voluntad de Dios y podrá ir en pos de ella.
Los peligros que la iglesia vive son que no sabe cuál es la voluntad de Dios y vive a la deriva en pecado. No se preocupa por hacer un hábito de buscar al Señor y seguirlo. Además, se ha despegado de la santidad para solaparse con las costumbres del mundo y de la impiedad. Es extraño que el mundo ya no pueda ver con claridad la luz del evangelio en la vida de los cristianos, pero eso responde a la realidad moderna.
Otro peligro del que deberíamos cuidarnos y que rara vez tomamos en cuenta es redimir el tiempo. En este mundo tan veloz, debemos detenernos a pensar cómo lo que hacemos glorifica a Dios, si es su voluntad, o si estamos yendo en pos de la carne y las pasiones. Tomarse el tiempo necesario para discernir estas cosas hace posible que los cristianos abandonen el pecado y vivan para la gloria de Dios.
Ya que Cristo nos ha librado del pecado, de la carne y del mundo para darnos vida juntamente con Él, deberíamos encaminarnos hacia la santidad y a buscar su voluntad en todo lo que hacemos. La marca de un verdadero creyente es que hace la voluntad de Dios y esto se evidencia en el andar de santidad.
