Amados hermanos míos, no se engañen. Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, con el cual no hay cambio ni sombra de variación. Stg 1:16–17.
La Biblia nos manda a no engañarnos a nosotros mismos, ya que la tentación no es algo que proviene de Dios, es el mismo deseo que nace de nosotros lo que nos hace pecar. Por otro lado, lo que sí proviene de Dios son muestras de su benevolencia y misericordias que se renuevan cada mañana. Para dar por terminado el tema, la Biblia nos enseña que es lo que sí proviene de Dios en beneficio del hombre.
La Biblia lo resume así: toda buena dádiva; al darnos dádivas buenas, significa que Dios involucra gracia de su parte como Dador; son un don de gracia divina. Lo que Dios regala y permite para sus hijos solo son cosas buenas, bendiciones. El Señor solo da buenas dádivas; a pesar de que puede permitir pruebas muy duras en la vida de los creyentes, no significa que estas pruebas no son dádivas de su parte. Todo lo que permite en nuestras vidas para que seamos probados es con el fin de asemejarnos más a Cristo.
La palabra que usa Santiago para describir el dar de Dios es don perfecto. En otras palabras, la acción de dar de Dios es perfecta y de perfecciones; el Señor está preocupado por darnos misericordias y bondades. No se le puede en ningún momento achacar las tentaciones porque lo que de su mano proviene son misericordias y regalos perfectos.
Santiago describe a Dios como el Padre de luces; esto es, el creador, el que da la luz a los hombres por medio de la misma creación, sol y luna. Esta tradición de ver a Dios como el Ser de luz proviene de esta concepción judía. Lo que también es cierto es que Dios no cambia, siempre es el mismo; por lo tanto, Él nunca va a dejar de darnos buenas dádivas y dones perfectos. Su naturaleza divina es dar y dar con bondad, con manos abiertas.
Conociendo este carácter de Dios, podemos pedirle en medio de las pruebas no ser tentados, o que nos dé las fuerzas para huir de las tentaciones. Siendo un buen Padre, cuando le pedimos nos dará lo que necesitemos. (Mt. 7:7–8). Así podremos vencer en las adversidades, con un corazón renovado, una vida de dependencia del Señor y exenta del pecado, ya que hemos confiado en Su gracia.