Las personas malvadas, una descripción bíblica.

La persona indigna, el hombre malvado, es el que anda con boca perversa, el que guiña los ojos, el que hace señas con los pies, el que señala con los dedos, el que con perversidad en su corazón, continuamente trama el mal, el que siembra discordia. Por tanto, su desgracia vendrá de repente; al instante será quebrantado, y no habrá remedio. Pr 6:12–15.

 En las escrituras rara vez se encuentra una descripción tan clara de lo que para Dios es un hombre abominable; en este caso se encuentra una radiografía de lo que el Señor aborrece en el ser humano y los comportamientos que detesta. Una observación de ciertos comportamientos del ser humano puede llevarnos a evitar tener comunión con ellos.

 El hombre malvado, o perverso, como la Biblia, lo llama; curiosamente, el término que se traduce como malvado es Belial, nombre que en el Nuevo Testamento se le atribuye a Satanás (2 Co 6:15). Este Belial tiene como característica su forma de hablar, depravada y maliciosa, mentiroso de naturaleza, que no tiene temor a Jehová, desprecia a Dios y a su pueblo, siempre habla del mal que disfruta.

 Que usa sus ojos para engañar, como contraseña del engaño; estas manifestaciones corporales solo son códigos para estafar, burlarse o menospreciar a otros. El hombre perverso usa todo su cuerpo para defraudar a otros y aún usa sus dedos para ofender y burlarse de las personas; esto también es pecaminoso. Una última característica es que su mente solo piensa en la maldad; está pensando en cómo hacer el mal y luego cómo echar a pelear a sus compañeros. 

  Todas estas características harán que el hombre perverso sufra el juicio de mano de Dios, el quebranto, y para él no habrá remedio. Lo inteligente es que el creyente evite asociarse con esas personas y participar en sus actividades, ya que el juicio de Dios es inminente y las pérdidas pueden ser muchas. 

 Lot convivió con estas personas y, aunque su corazón era justo y se compungía por el pecado (2 Pe 2:7), el día que vino juicio contra esa generación malvada lo perdió prácticamente todo; hasta su cuerpo terminó siendo utilizado para vilezas (Gn 19:23–38). Así que el simple hecho de no colaborar de las maldades de los perversos no da licencia para involucrarse en sus vidas y tener comunión con ellos; cuidemos nuestros pasos para que no acompañen a los perversos.

Es importante que nuestra vida toda se consagre a Dios; especialmente cuando los impíos y sus obras nos rodean, debemos mantenernos firmes y guardarnos de sus prácticas de pecado. No debemos consentirlas, ni menospreciar la maldad en sus corazones, ni justificarla, porque Dios no lo hace (Ef 4:17–20).