Las pruebas son la realidad de los creyentes, que les muestra dónde está su corazón.

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Amados, no se sorprendan del fuego de prueba que en medio de ustedes ha venido para probarlos, como si alguna cosa extraña les estuviera aconteciendo (1 P 4:12).

Hoy muchos esperan que la vida cristiana sea llena de bendiciones, sin problemas ni contratiempos, pero esto no puede estar más alejado de la realidad. Cuando Pedro escribió su carta, seguramente la sorpresa de muchos era obvia; la persecución había incrementado y los creyentes sufrían a causa de ella. Pero el Señor les enseñó a sus discípulos la realidad que se vive en la vida que es entregada a su causa.

El mundo siempre ha odiado a Cristo (Jn. 15:18). Este mundo aborrecerá todo lo que recuerde su Nombre, carácter, persona o enseñanza. El mundo ama más las tinieblas que la luz (Jn 3:19); como esto es axiomático, entonces aborrecerán a los que andan en la luz y en la piedad (2 Ti. 3:12). Es raro que un creyente piadoso esté rodeado de «amigos» impíos porque el piadoso los llamará al evangelio y al arrepentimiento; esto es algo que el mundo aborrece profundamente.

Así que extrañarse porque el mundo aborrece a los creyentes no es posible con tantas advertencias que las Escrituras tienen (1 Jn. 3:13). Seguir a Cristo y tomar la cruz significa también que la vida se pondrá en riesgo por amor a su Nombre (Mt. 10:38–39). En la actualidad hay una anomalía en las comunidades cristianas y es que el mundo no se ofende por la «piedad» de los creyentes; esto puede ser un síntoma del sincretismo y de la doble vida que algunos que dicen ser cristianos llevan.

La realidad del cristianismo es que está llena de tribulaciones por el evangelio (Jn. 16:33); el que no esté consciente de esto y del fuego de la prueba no puede enlistarse en el ejército del Señor, porque el soldado está dispuesto a sufrir penalidades (2 Ti. 2:3–4); además, las pruebas nos muestran la calidad de nuestra fe y si es genuina (Stg. 1:3–12). En todo esto, los cristianos somos conocidos por llevar la cruz de Cristo, los padecimientos por su causa y los dolores, porque esperamos un día mejor en su presencia.

Los dolores por el evangelio son básicamente los mismos: persecución, escasez, separación de la familia terrenal, abusos de las autoridades, despidos de los jefes. Todas estas tribulaciones son necesarias para que la dependencia del Señor crezca y para que luego podamos animar a otros. De manera que la persecución no es un accidente o una cuestión extraña, es el pan diario de los que creen en el Señor.

La anomalía es que el mundo ame al cristiano, pero si son verdaderamente creyentes, que están viviendo para agradar a la carne y a los pecados de los cuales el Señor les dijo que se aparten, o están siendo partícipes de ellos al tolerarlos (Ro 1:32), el Señor traerá la disciplina para su pueblo (He. 12:5–11). Es mejor padecer el desprecio de este mundo que la disciplina del Señor, aunque ambas terminaran en su glorificación; es mejor padecer por la causa de su Nombre que padecer por negarlo delante de los hombres.

En conclusión, debemos estar preparados para el fuego de la prueba. Los que ya tenemos años en el evangelio, debemos estar acostumbrados a ella. Debemos animar a otros a que se mantengan firmes en medio del dolor de la persecución y de las pruebas a las que este mundo nos somete por amor de Cristo.