Pero que el hermano de condición humilde se gloríe en su alta posición, y el rico en su humillación, pues él pasará como la flor de la hierba. Porque el sol sale con calor abrasador y seca la hierba, y su flor se cae y la hermosura de su apariencia perece. Así también se marchitará el rico en medio de sus empresas. Santiago 1:9–11
Como en todas las iglesias, seguramente en medio de estos hermanos había ricos y pobres. El asunto es que la situación social también puede ser una piedra de tropiezo en medio de las pruebas. Los ricos no deben confiar en sus riquezas y los pobres no deben sumirse en su pobreza. Los creyentes en general son considerados como basura para el mundo (1 Co 4:13); es que Dios escogió a lo más vil (1 Co 1:27–31), para que delante de Él nadie pueda jactarse.
Los hermanos que son pobres y que pasan por las pruebas deben aferrarse a las riquezas en gloria en Cristo; su exaltación es ser llamado hijo de Dios y debe sujetarse a esa verdad para encontrar el gozo que necesita en medio de las pruebas más difíciles que puedan venir. Las riquezas de los humildes son la exaltación presente y futura en Cristo; esta debe ser la fuente de ánimo. A diferencia de lo que el mundo pueda pensar, los pobres que han creído en Cristo ya están sentados en los lugares celestiales con Cristo y tienen un alto valor en Él. El gozo de todo creyente es Cristo y su posición social no debe quitárselo en medio de las pruebas.
A los ricos, Dios mediante, las pruebas les enseñarán que el dinero no resuelve los problemas, ni la vida presente, ni la futura. El rico, en medio de las pruebas, debe aprender la humillación en Cristo. Las riquezas no sirven de consuelo cuando Dios pasa por el proceso de la prueba a sus hijos. A Job, por ejemplo, le fue quitada toda riqueza y toda su familia, para que volviera la mirada a Dios. El rico debe aprender a vivir de la providencia Divina (Fil. 4:19) y no de sus riquezas.
Independientemente de nuestra posición social, Dios está al tanto, nos cuida y nos protege para que no desmayemos en medio de la prueba. Tanto ricos como pobres deben pedir a Dios sabiduría para aferrarnos a Él en medio de las dificultades y no quejarnos por la falta de recursos o gloriarnos en los que tenemos. Las pruebas son distintas para ambos grupos, pero el fin es el mismo: que volvamos la mirada a Cristo, en fe y en esperanza.