Puesto que en obediencia a la verdad ustedes han purificado sus almas para un amor sincero de hermanos, ámense unos a otros entrañablemente, de corazón puro. 1 Pedro 1:22.
La obediencia de la que Pedro habla y el deseo de la verdad no son naturales del ser humano, no nacen de los deseos de las personas, sino del Espíritu de Dios que convence y transforma. Ser purificado es una obra divina en la que sobresale la obra de Dios en la vida de los humanos (Ro. 6:3–14). Aparte del nuevo nacimiento, Dios da a los creyentes capacidades nuevas, las cuales es imposible obtener si no es por el don de la salvación (2 Co. 5:17).
Pedro une este pasaje al amor sincero, es decir, el nacer de nuevo les confiere a las personas las capacidades de amar; los religiosos no muestran amor de Dios, los impíos no conocen el amor, los que han creído en Cristo son los únicos a quienes se les ha conferido esta capacidad (1 Jn. 3:16–17). Parece que todos los apóstoles están interesados en que en medio de la comunidad cristiana reine el amor; esto no es raro porque el mandamiento lo han recibido del Señor (Jn. 13:35).
Un resultado evidente de la purificación de las almas es el amor sincero de hermanos; esta es una razón evidente por la que los creyentes necesitan estar juntos, para demostrar amor a los creyentes. El mandamiento de Dios es que nos amemos entrañablemente, es decir, hasta el máximo de nuestras capacidades; es un amor ferviente, nace desde lo más profundo del ser. El amor verdadero y puro debe propagarse en medio de la congregación.
Cuando hay amor de esta clase, se halla perdón en medio de los creyentes; hay paz, porque el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz… (Gá.22–25). Resulta que lo que Pedro dice es que en medio de los creyentes debe reinar el amor; esta verdad está a lo largo de las escrituras. Una persona espiritual es una persona que ama a los creyentes, que tiene cuidado de ellos y que se entrega por ellos.
Dios quiere que amemos de la manera que Él nos ha amado, que no sea un amor fingido, que sea entrañable, de corazón puro. Este amor solo se puede desarrollar a lo largo de la vida cristiana y en la comunión íntima con Dios y con los hermanos. La razón por la que muchos creyentes no pueden experimentar el amor de Cristo es porque se alejan de su cuerpo, que es la iglesia, y se van amando el mundo donde el verdadero amor no existe.
Solo los que han sido purificados por el poder del Espíritu pueden amar y conocen el verdadero amor. También es una realidad que los que han sido purificados tienen el mandamiento de parte de Dios de amar a los hermanos, con honestidad y con pureza para cumplir la ley de Dios (Gá. 5:14). Así que, hermanos, amar no es una opción, es el fruto del Espíritu que debemos hacer que crezca en medio de nosotros.