Los creyentes deben abandonar las hipocresías, envidias y toda difamación.

A black and white mask with a sad face

Por tanto, desechando toda malicia, y todo engaño, e hipocresías, y envidias y toda difamación, deseen como niños recién nacidos, la leche pura de la palabra, para que por ella crezcan para salvación, si es que han probado la bondad del Señor. 1 P 2:1–3.

La hipocresía quizá sea el pecado menos señalado entre los creyentes, pero es uno del que se participa más de lo que se debiera. Abandonar la hipocresía es dejar todo tipo de astucia para engañar a otros, es mostrarnos tal como somos. Debemos dejar todo tipo de fingimiento y ser sinceros, mostrar nuestras debilidades para fortalecernos los unos a los otros en el Señor por medio de la Palabra. Los fariseos eran hipócritas y se ganaron la reprobación del Señor (Lc. 18:11); la obra de Dios y su sabiduría son sin hipocresía (Stg. 3:17), lo cual debe reinar entre nosotros.

De las cosas que como iglesia nos pueden hacer mucho daño es la envidia; cada creyente es diferente y dotado por Dios para hacer su obra de maneras diferentes. Cuando sentimos envidia de lo que Dios ha hecho o está haciendo con un hermano, entonces pecamos y nos alejamos de la verdad. Cuando éramos incrédulos, era normal ser envidiosos (Tit. 3:3). Y hasta guardar rencor por la prosperidad de otros (Stg. 3:16), pero Dios quiere que en su pueblo no haya este tipo de maldad.

Y por último, las difamaciones, los chismes y murmuraciones son actitudes que como creyentes debemos abandonar para hacernos semejantes a Cristo; Pablo estaba preocupado de hallar esto en medio de la iglesia (2 Co. 12:20). El mandamiento de Dios es a no hablar mal los unos de los otros, es a considerarnos y amarnos, ayudarnos en las debilidades y llevar las cargas los unos de los otros (Stg. 4:11).

Cuando Pedro dice que dejemos toda malicia, puede abarcar todos estos pecados. Dios quiere que seamos santos, semejantes a su Hijo y que cada día avancemos en la vida espiritual. Estos pecados atentan contra Dios, los creyentes, contra la iglesia; por ello nuestro deber es abandonarlos y dejarlos para la gloria de Dios, para que no dañen nuestros corazones ni a la iglesia. Una iglesia sana reconoce sus pecados y los abandona; Dios quiere que abandonemos las hipocresías, envidias y toda difamación.