Por tanto, desechando toda malicia, y todo engaño, e hipocresías, y envidias y toda difamación, deseen como niños recién nacidos, la leche pura de la palabra, para que por ella crezcan para salvación, si es que han probado la bondad del Señor. 1 P 2:1–3.
Ya que la Palabra de Dios permanece para siempre, es eterna y permanece incorruptible, debe transformar la vida de los creyentes, de manera que espiritualmente crecerán. El poder de la salvación se ve en el amor que se manifiesta a otros creyentes y el deseo de la santificación que nace de un corazón transformado por la Palabra de Dios.
El primer llamado de Pedro a los creyentes es a abandonar la malicia, rechazarla. Ser malicioso tiene su explicación en el deseo de una persona de hacerle mal a otro, ya sea con hechos o con palabras. En un resumen de las cosas maliciosas que hay que abandonar, Pablo las enumera así: «Pero ahora desechen también todo esto: ira, enojo, malicia, insultos, lenguaje ofensivo de su boca. Dejen de mentirse los unos a los otros» Col 3:8–9.
La malicia es una característica del impío, de los que no aman al prójimo, de los que aborrecen a los que le rodean. Como creyentes, debemos estar cuidando nuestros corazones de las apariciones repentinas de malicia para eliminarlas. Lo segundo que debe eliminar el creyente de su vida es el engaño; el engaño son las trampas que se ponen como carnada, muestra la deshonestidad y la traición que cometen las personas.
Es curioso que el contexto del que estamos hablando sea el amor y la Palabra de Dios; para que ambos reinen en el corazón de los creyentes, hay que dejar esos malos hábitos que atentan contra los hermanos. La malicia y el engaño tienen la peculiaridad de que se juntan para hacerle daño a los que están cerca.
Como cristianos, debemos ser personas confiables tanto para el incrédulo como para el creyente; debemos ser conocidos por nuestra sinceridad y nuestra amabilidad. En vez de desear hacer el mal, ser conocidos por hacer el bien; en vez de ser conocidos por poner trampas a los que nos rodean para que caigan, deberíamos ser los que levantan a los caídos. De todas estas cosas se limpian los que verdaderamente permanecen en la verdad del evangelio y en la Palabra de Dios.