Los hijos de Dios y los que son del Diablo.

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Todo el que practica el pecado, practica también la infracción de la ley, pues el pecado es infracción de la ley. Ustedes saben que Cristo se manifestó a fin de quitar los pecados, y en Él no hay pecado. Todo el que permanece en Él, no peca. Todo el que peca, ni lo ha visto ni lo ha conocido. Hijos míos, que nadie los engañe. El que practica la justicia es justo, así como Él es justo. El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo ha pecado desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó con este propósito: para destruir las obras del diablo. 1 Jn 3:4–8.

Hablar de la santidad siempre es difícil, en una ocasión me invitaron a hablar de este pasaje y al final vino una hermana muy cargada diciéndome que ella seguía luchando con un pecado. A ella le daba miedo no ser creyente o ir al infierno, porque a veces no sabía si era hija de Dios, pero que seguía luchando contra ese pecado. Esa lucha contra el pecado que ella tenía es la que da evidencia de que era salva, así que hablamos del anhelo de la santificación como prueba de su salvación, lo que le trajo gozo y cambio su perspectiva para seguir luchando contra el pecado. Nunca supe más de esta hermana, pero estoy seguro por su testimonio que pudo vencer ese pecado o que al menos sigue luchando ferozmente.

Este texto contrasta plenamente con el flujo de pensamiento anterior, los hijos de Dios se purifican esperando la transformación, pero en las iglesias había infiltrados que decían ser creyentes, pero que no anhelaban la santidad. Lo mismo pasa hoy, en la iglesia hay gente infiltrada que no anhela la santidad, que va en pos de las modas del mundo a las que hay, a estas personas hay que predicarles el Evangelio porque su vida de rebeldía solo demuestra su perdición.

El que practica pecado, que se goza en él y que no está dispuesto a abandonarlo, infringe toda la ley, es reo de muerte, se condena a sí mismo. Los que permanecemos en Jesús nos santificamos a fin de no vivir en una vida de pecado. El verbo que Juan usa para decir que el creyente no peca se puede traducir como que no pecan ni pecarán de forma habitual y persistente, ni como estilo de vida. (Ro. 6:4–14; Gá. 5:24; Ef. 2:10).

A veces luchamos con personas de la Iglesia que no quieren la santidad, que se oponen a ella o que no la aplican en sus vidas, a estas personas solo queda predicarles el Evangelio. Aunque esto parezca desalentador a primera vista, esto es lo que nos anima a seguir santificándonos, porque a pesar de los fracasos que tengamos, es esta lucha la que da testimonio de que somos hijos de Dios. Porque es imposible que los hijos de Dios, los verdaderos creyentes, sigan mostrando una conducta parecida a la del diablo.

El que practica el pecado, aunque este en medio de nosotros, el que no se santifica indefectiblemente es del diablo, instigan y son seducidos al pecado y a la rebelión, son causa de tentación a creyentes. Nadie que ande en las tinieblas prevalecerá contra la Iglesia de Cristo. Pero como Juan nos viene advirtiendo, este tipo de «creyentes está en medio de nosotros». Ya Cristo venció el pecado para que lo que resta de nuestra manera de vivir, lo hagamos en una manera pura y santa.

Pedro lo resume de esta manera: Porque el tiempo ya pasado les es suficiente para haber hecho lo que agrada a los gentiles, habiendo andado en sensualidad, lujurias, borracheras, orgías, embriagueces, y abominables idolatrías. Y en todo esto, se sorprenden de que ustedes no corren con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y los insultan. 1 P 4:3–4. Los hijos de Dios son conocidos por su santidad y los hijos del diablo por su amor al pecado. No debemos confundir a los hijos del Diablo con los creyentes porque sus obras no acompañan sus dichos. Por otro lado, si somos creyente, sigamos luchando por la santidad, que nos espera el Salvador.