¡Oigan ahora, ricos! Lloren y aúllen por las miserias que vienen sobre ustedes. Sus riquezas se han podrido y sus ropas están comidas de polilla. Su oro y su plata se han oxidado, su herrumbre será un testigo contra ustedes y consumirá su carne como fuego. Es en los últimos días que han acumulado tesoros. Miren, el jornal de los obreros que han segado sus campos y que ha sido retenido por ustedes, clama contra ustedes. El clamor de los segadores ha llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Han vivido lujosamente sobre la tierra, y han llevado una vida de placer desenfrenado. Han engordado sus corazones en el día de la matanza. Han condenado y dado muerte al justo. Él no les hace resistencia. Stg 5:1–6.
Este texto nos muestra el juicio de Dios sobre quienes obtienen riquezas de una manera injusta. Hay dos formas en las que estos ricos han obtenido abundancia de riquezas; la primera es pagando injustamente a sus siervos y se han atrevido a incluso matar por amor al dinero. Los justos no les hacen resistencia a los ricos mientras son arrastrados y humillados.
Es probable que Santiago esté haciendo un juicio público contra algún rico que ha maltratado a los cristianos para infundir aliento en medio de la congregación. El apóstol les recuerda que estas personas están condenadas por su manera de vivir y de generar dinero. El clamor de los trabajadores ha llegado hasta la misma presencia de Dios (Jer. 22:13; Mal. 3:5); el juicio vendrá, según nos dice Santiago. El problema no es tener riquezas, el problema es el fraude que hacen para obtenerla.
Como creyentes, sin lugar a duda, algún tipo de riqueza tendremos, unos más que otros; vivimos ciertas comodidades que otros creyentes no tienen. En primer lugar, Dios nos da para llevar el sustento a la familia (1 Ti. 5:8), pero ese no es el único fin, el otro fin por el cual se nos da riquezas es para que impulsemos el Evangelio en todas las naciones y para los creyentes necesitados (1 Co. 16:2–3; 2 Co. 8:2; 9:6–7). Para financiar a ministros que se dedican a la Palabra (1 Co. 9:4–14; Gá. 6:6).
Cuando las riquezas del hombre están dispuestas para Dios, será prosperado porque da gloria al Señor, pero cuando estas traen deshonra, son pulverizadas. Dios, en su soberanía, puede volver las riquezas, la fuente de maldición del impío y la disciplina para sus hijos. No importa qué tipo de riqueza se posea, oro, plata, carne, granos o frutos, todos están en manos de Dios, quien puede borrarlos y volverlos polvo.
Los creyentes debemos ser disciplinados en el uso de nuestro dinero y no volvernos avaros, para que la disciplina de Dios no venga sobre nosotros. Ahora, si estamos siendo oprimidos por algún rico de este mundo, encomendémoslo a Dios, quien paga a cada uno conforme a su justicia, dándole a cada uno lo que ha determinado. Aunque el juicio que clama Santiago es grande, no nos olvidemos de orar por estas personas que también están cegadas por sus pecados, como en algún momento nosotros lo estuvimos. Quizá Dios los pueda usar para promover el Evangelio; no dejemos de testificar de su salvación, aun en medio de la opresión.