Nadie puede dañar a los cristianos, y aunque pase, Cristo protege a su pueblo.

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¿Y quién les podrá hacer daño a ustedes si demuestran tener celo por lo bueno? Pero aun si sufren por causa de la justicia, dichosos son. Y no tengan miedo por temor a ellos, ni se turben, 1 P 3:13–14.

Es curioso lo que es capaz de hacer el creyente con tal de no sufrir: encerrarse en los templos, no predicar el evangelio, no hablar de su fe y muchas otras cosas más. La cuestión es hacer todo lo posible para salvaguardar su integridad. Mientras hay partes en el mundo donde los cristianos padecen por su fe, hay otras donde se esconden para no sufrir; es la ironía de la vida: unos mueren por Cristo y otros se esconden para que no los identifiquen con Cristo.

Pero el Señor está consciente de que puede haber sufrimiento; la cuestión es que hasta el impío respeta a los creyentes cuando estos actúan en consonancia con la ley de Dios, aman al prójimo, dan al necesitado, cuidan de los desvalidos, entre otras cosas. Si el creyente de verdad hace el bien, y lo bueno delante del Señor, normalmente la sociedad lo respetará. Es muy común que las personas sepan y escuchen del testimonio de los creyentes piadosos y los tengan en muy alta estima, aunque no conozcan al Señor.

Dicho lo anterior, si pasa todo lo contrario, los impíos nos molestan, interrumpen nuestros cultos, blasfeman de nosotros, ¿dejaremos por ello de dar testimonio público de nuestro Dios? Muy a mi pesar, esa ha sido la decisión de algunos, pero Dios llama dichosos a tales personas; Jesús sufrió haciendo lo bueno, mostrando al Padre (Jn. 10:32), y si Cristo padeció de esta manera, ¿no deberíamos los creyentes soportar el agravio? (Jn. 15:20; 2 Ti. 3:12).

El sufrimiento está ligado a la vida espiritual, y si el sufrimiento o las incomodidades de este mundo nos hacen huir o comprometer el testimonio de Cristo, al punto de ocultarnos donde nadie nos vea, entonces no estamos dispuestos a llevar el nombre de Cristo. En este sentido, debemos poner la mirada en lo celestial (Col. 3:2–3) y esperar en Dios.

Nadie quiere ser bienaventurado por ser perseguido; dichosos, los que recibieron esta carta apostólica sabían de qué estaba hablando Pedro; ellos sí sufrían de muchas maneras; el Señor quería que lo hicieran de la forma correcta, no por oponerse a las leyes o a los hombres, sino por seguir a Cristo.

La persecución, los vituperios, no deben ser cosa extraña para los cristianos; siempre habrá quien quiera maltratarlos, pero si andan piadosamente, la sociedad hasta puede llegar a respetarlos. Pero también puede llegarlos a odiar y, para ello, también debe guardarse en piedad, para que su corazón no desfallezca y no vaya en pos del mundo.

Vivir para Cristo también significa estar dispuesto a morir por Él si esa es su soberana voluntad. Cuando nos ocultamos del mundo y la luz de Cristo no los alumbra, entonces estamos muy lejos de ser piadosos y celosos de lo bueno.