Negarnos a nosotros para obtener la vida en Cristo.

silhouette of man sitting on the edge of a cross during sunset

Entonces Jesús dijo a Sus discípulos: «Si alguien quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y que Me siga» Mt 16:24.

El llamado de Jesús a seguirlo lo ha tenido cada creyente, en el día de su nuevo nacimiento, cuando Jesús lo ha llamado a vida eterna por el poder del Espíritu Santo. Entonces ha sido convocado para tomar la cruz y seguir a Cristo; los discípulos dejaron familia, amigos, trabajos, riquezas, todo lo que tenían para ir en pos del Señor. En un punto puede ser que alguien se siente a meditar y se arrepienta de haber hecho tal cosa y se le acabe el primer amor, el amor por Cristo (Ap. 2:4).

Si alguno de verdad quiere ser discípulo del Señor, debe estar dispuesto a negarse a sí mismo; este negarse es dejar todo, al punto de desconocerse uno mismo, cualquier asociación consigo, que lo puede llevar a pecar y a volver atrás (Ef. 4:22). Negarse a uno mismo es dejar todo lo que nos puede causar orgullo, satisfacción propia y reconocer que, como seres humanos, no tenemos nada con que gloriarnos delante del Señor; no podemos ofrecerle nada más que lo que Él nos ha dado, nuestras vidas.

Otro aspecto importante de negarse a uno mismo es dejar los placeres de la carne y los gustos del pecado (Ro. 13:14). Es renunciar a los placeres humanos y no confiar en las habilidades carnales, sino buscar la gloria de Cristo. Por lo tanto, negarse a uno mismo es dejar toda gloria humana y terrenal y gloriarse solo en Cristo (Fil. 3:3).

Hermanos, negarnos a nosotros mismos es dejar la autosuficiencia para permitir que Cristo, por el poder del Espíritu, habite en nosotros y que la fuerza de la gloria de su nombre se vea reflejado en nuestras vidas. Negarnos a nosotros mismos es confiar en la suficiencia de la cruz para obtener el perdón de los pecados por medio del sacrificio de Cristo.

Pero los que estamos ahora en Cristo debemos vivir en la completa y consecutiva negación para que el poder de Dios y la cruz se vean más grandes en nuestras vidas. Debemos dejarnos renovar cada día la mente para que aprendamos a despojarnos de nosotros mismos cada día un poco más (Ef. 4:22–23), hasta ser transformados a la imagen de Cristo.

Negarse a uno mismo es una batalla que hay que pelear todos los días, pero si ponemos la mirada en lo celestial, poco a poco nos olvidaremos de nosotros y se hará más grande la imagen de Cristo en nosotros. Cuando andemos en el Espíritu, los deseos de la carne gradualmente irán desapareciendo (Ga 5:16). Así que la meta es negarnos y dejar que el poder de Dios por medio del Espíritu haga más grande la imagen de Jesucristo, de manera que ya no vivamos nosotros, sino que viva Cristo en nosotros (Ga 2:20).