No debemos ignorar que la Palabra trae fruto, de justicia y de paz.

aerial photography of flowers at daytime

Porque como descienden de los cielos la lluvia y la nieve, Y no vuelven allá, sino que riegan la tierra, haciéndola producir y germinar, dando semilla al sembrador y pan al que come, así será Mi palabra que sale de Mi boca; no volverá a Mí vacía, sin haber realizado lo que deseo, Y logrado el propósito para el cual la envié. Is 55:10–11.

Dios había mandado un profeta a la tierra de Israel, Isaías, que llegó para hablarles de los pecados y de los juicios del Señor, por no apartarse de esos pecados que toleraban y practicaban. El juicio que vendría sobre ellos era verdadero y cumpliría el propósito por el cual fue enviado, que es la purificación del pueblo de Dios.

Dios llamó a Israel a abandonar sus caminos que los estaban llevando a la perdición y a buscar el perdón de sus propias almas (Is 55:6–7), ya que los pensamientos de los hombres son perversión y tragedia a causa del pecado que persiguen. El llamado de Dios es que escuchen su Palabra y que obtengan la vida que se les ha prometido (Is 55:8–9).

Es en este contexto que Dios dice que su Palabra no vuelve vacía; los que rechazan la santidad de Dios serán juzgados y llevados al cautiverio. Las promesas de juicio y de salvación darán fruto. Ahora, depende de los que oyen la Palabra qué parte vendrá sobre ellos, el juicio o la salvación, la disciplina o el alivio en medio del caos.

Pablo dice algo parecido de la Palabra (2 Tim 3:16, 17); ella es útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia. De la misma manera, no vuelve vacía y hace la obra para la que fue enviada. La palabra también se considera como mensajero, enviado de Dios (Sal. 107:20, 147:15). Salida de la boca de Dios, adquiere forma y en esta encierra vida divina y revestida de poder divino.

Esta verdad es de aliento para los justos, porque las promesas de vida eterna y de salvación serán ejecutadas porque la Palabra no vuelve vacía. Traerá resultados de vida para aquellos que aman a Dios, que esperan a Cristo y como testimonio tienen las lluvias y las nieves que riegan los campos y los hacen productivos; así es la Palabra en medio de los que aman a Dios.

 Pero también hay que tener en cuenta que la Palabra trae como fruto el juicio. Lo que vino sobre la nación de Israel fue la disciplina. Ellos escogieron no oír la voz de Dios y seguir por sus necios caminos, y fueron juzgados por esa decisión conforme a la Palabra. Lo que sucede cuando el pueblo no escucha a Dios es la disciplina; cuando las personas endurecen sus corazones, entonces ya la exhortación y la instrucción han hecho su trabajo y es hora de la corrección.

Hermanos, si Dios nos habla, corrige o instruye, evitemos endurecer el corazón para que no seamos juzgados (He 3:6–11); cuidemos de no pecar neciamente ante Él. Pero de la misma manera, si escuchamos sus promesas y andamos en la santidad que conviene a su casa, alegremos nuestros corazones, porque Su palabra traerá fruto, el cumplimiento de sus promesas para nosotros, las que son en Cristo, la vida eterna y el gozo de Su presencia.