No se puede seguir a Cristo si nuestro deseo es la comodidad y el placer.

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Mientras ellos iban por el camino, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas». «Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos», le dijo Jesús, «pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza». Lc 9:57–58.

Muchos de los que veían a Jesús y a sus discípulos se impresionaban por sus vidas, los milagros y las multitudes que los seguían; algunos de ellos, llenos de entusiasmo, querían esa vida. Seguramente la emoción del momento no los dejaba ver las dificultades del verdadero discipulado. Por alguna razón, estas personas ven el cristianismo como una meta, la predicación, ser parte de algo, ser alabado por las personas, y no lo ven como la salvación urgente de sus almas.

La respuesta de Jesús al hombre ataca directamente a la realización personal; el evangelio de Jesucristo no es para personas que quieren vivir cómodamente. Aquellos que buscan la realización personal, servir a las riquezas y a Cristo (Mt 6:24). De manera que seguir a Cristo como discípulo buscando un bienestar no es lo lógico. Por eso muchas personas llegan a la iglesia en busca de bienestar económico o emocional y, cuando no lo encuentran, se van.

Jesús le enseñó a este hombre la realidad de su ministerio; como Hijo de Dios sufrió incomodidades tremendas, aprendió a negarse a sí mismo y a sujetarse al Padre, se empobreció (2 Co 8:9). Siendo Él Dios, no esperaba menos de sus discípulos; esperaba que se negaran a sí mismos.

Este tipo de personas siguen llegando a la iglesia; algunos se quedan tanto tiempo que hasta son bautizados y agregados a la membresía. Van a buscar el placer y la comodidad de la vida cristiana sin un verdadero arrepentimiento, solo en busca de sus propios deseos. Como iglesia debemos aprender a identificar a estas personas que se aprovechan constantemente de la benevolencia de la iglesia, pero que no muestran un verdadero arrepentimiento o deseo real por Cristo.

Pero este texto también nos muestra una realidad que, como creyentes, estamos llamados a meditar: ¿estamos siguiendo a Cristo o a nuestras comodidades? En la bulla del momento pareciera que estamos haciendo ambas cosas, amando a las riquezas y a Cristo; esto no es posible, Dios lo sabe. El trabajo que Dios nos provee, ¿cómo lo usamos para impulsar su reino? Y a los que ha llamado al ministerio, ¿somos capaces de negarnos a nosotros mismos?

Jesús no quiere que lo veamos a Él como la persona en la que cumpliremos nuestras metas; quiere que dependamos de Él, aun cuando el camino signifique abandono total de todas las cosas. Seguir el evangelio no debe ser por emoción, no por conveniencia; debe ser por convicción del milagroso poder de Dios para salvar y para dar el pan diario de cada día a sus hijos. Quizá este hombre no pudo seguir a Jesús después de escuchar tal cosa, pero también hubo doce que lo siguieron hasta la muerte (Mt. 10:16–22). ¿En qué grupo estamos?