Porque todo lo que hay en el mundo, la pasión de la carne, la pasión de los ojos, y la arrogancia de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. 1 Jn 2:16.
Hace unos años salió un post en «Hispanos Post» De una cabra bebé a la que le encanta estar con perros y jugar con ellos. Sus dueños creen que el animal, nacido en una finca de Ontario, se considera otro perro, ha tomado la forma de lo que lo rodea, negando su propia naturaleza. El que anda en Cristo y en medio de cristianos toma la forma de Él, pero quien anda en el mundo y con los que son del mundo indefectiblemente tomará la forma del mundo.
Las cosas que son del mundo, que tienen su origen ahí, no pueden provenir de Dios, Juan está enfatizando la diferencia entre lo que el Padre considera opuesto a Él y lo que el mundo hace. Es decir, cualquiera de las cosas que ha de mencionar se oponen totalmente a Dios. El mundo lo que ofrece es una fantasía de placer que es nada más y menos que el pecado en todo su esplendor, de ahí que el creyente tenga que abandonar en un sentido figurado al mundo para seguir a Cristo, debe dejar las prácticas pecaminosas y a quienes tienen estas para poder dar testimonio de ser hijo de Dios, de lo contrario se engaña a sí mismo.
Es muy importante observar que algunos creyentes piensan que por no practicar el pecado de quienes llama «amigos», es decir, a impíos que se oponen a Dios, no peca, aunque comparta con ellos. En cambio, la Biblia es muy enfática en describir lo siguiente
«Ellos, aunque conocen el decreto de Dios que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no solo las hacen, sino que también dan su aprobación a los que las practican» Ro 1:32.
Aprobar lo que el impío hace, tolerarlo y/o aplaudirlo se opone a Dios, son dignos de muerte, de ahí que el que ama el mundo no puede decir que ama al Señor, por lo tanto un creyente no debe tener comunión con impíos, en cambio, debe señalarle sus pecados y llamarlos al arrepentimiento a fin de no hacer causa común con ellos, o el peor de los casos apartarse. Esto parece radical, pero el Evangelio lo es. El creyente debe estar capacitado para presentar defensa de su fe (1 Ped 3:15), estar listo para presentar el Evangelio a quienes se oponen a él, porque el incrédulo solo puede pecar (Ro. 8:7–8; 1 Co. 2:14), ama las tinieblas (Jn. 3:19–20) y están bajo la ira de Dios (Jn. 3:36)
Un detalle más a considerar es que el pecado es justamente lo que Dios aborrece, hasta el punto de sacrificar a su propio Hijo para que pudiese redimir a los que por el pecado estaban esclavizados a la muerte. Esto es, desde luego, algo inimaginable e incomprensible, un Dios santo, enviando a su Hijo para que llevase la carga de sus propios enemigos para hacerlos hijos en la adopción.
Y ahora demanda, como ha sido siempre, que su pueblo se santifique, alejándose del mundo y de sus placeres. De lo contrario, el juicio y la disciplina del Señor se hará presente en medio de su pueblo (1 Cor 10:1–22).
Pero también ha dejado al creyente en el mundo para que predique el Evangelio a quienes están perdidos, esto es a nuestros familiares y vecinos, con quienes, aunque no tenemos comunión, podemos testificar del amor de quien es capaz de sacar de las tinieblas a la Luz, estamos viviendo en el mundo, pero no participamos con él. El creyente que se adapta al mundo niega su naturaleza, tomando la forma de lo que Dios ya ha quitado y vencido.
Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anuncien las virtudes de Aquel que los llamó de las tinieblas a Su luz admirable. 1 P 2:9.