Y este es Su mandamiento: que creamos en el nombre de Su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros como Él nos ha mandado. El que guarda Sus mandamientos permanece en Él y Dios en él. Y en esto sabemos que Él permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado. 1 Jn 3:23–24.
Hay tres testigos de nuestra relación con Dios como hijos que Juan ha venido desarrollando a lo largo de la epístola y que seguirá desarrollando. Quienes testifican de nuestra comunión con Dios son la fe, el amor y la santidad anhelada, y otra vez Juan los mezcla para que observemos nuestra vida de fe delante del Señor.
Juan entiende que el deber de toda persona delante de Dios es creer, la forma verbal que usa lo hace ver, él con todos los hermanos tienen esa responsabilidad y los que no creen serán juzgados (Jn 3:17,36). También hay que entender que la fe no viene del hombre, sino de Dios (Ef 2:8–9). Ahora que la Palabra de Dios es nuestro testigo de que somos salvos, debemos seguir hacia adelante (He 12:1–2), luchar por la santidad y el amor.
Una vez más Juan nos reitera la idea central, que es permanecer en Dios, lo que para nosotros es el reflejo de la salvación, el reflejo de la obra salvadora en la vida de los creyentes es la permanencia del Espíritu Santo, que guiará al creyente a la fe, el amor y la santidad. De nuevo se enmarca la diferencia entre un creyente y un incrédulo, ya no es solo el amor, o la santidad, también lo es la permanencia del Espíritu de Dios.
La falta de santidad, de amor, de fe en las personas solo son el reflejo de algo que es obvio para Juan, no tienen el Espíritu. Por ahora basta decir que Juan lo liga todo a una sola persona, es decir a Dios, amamos porque lo conocemos, nos santificamos porque somos sus hijos, creemos porque es su mandamiento y todo esto se puede llevar a cabo por la obra del Espíritu Santo en medio de la Iglesia.
Esta información es de consuelo para los que procuramos la santidad, pero también nos muestra donde están los límites, alguien que no ama la santidad no anda en el Espíritu (Ro. 8:9), los que no andan en el Espíritu son incrédulos y no pueden santificarse, quizá esa sea la razón por la que no debemos dejar de predicar el Evangelio en nuestras iglesias, hay muchos que se han acostumbrado a la vida cristiana sin serlo, no se santifican y viven una vida desordenada, nos les falta más que conocer a Cristo. Ahora, si nos encontramos pecando deliberadamente mientras decimos que somos de Él, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está con nosotros.
En resumen, debemos crecer en la fe que es en Cristo Jesús, el amor y la santidad si decimos que somos hijos de Dios, de lo contrario estamos condenados al castigo eterno.