En conclusión, sean todos de un mismo sentir, compasivos, fraternales, misericordiosos, y de espíritu humilde;no devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, sino más bien bendiciendo, porque fueron llamados con el propósito de heredar bendición. Porque, «El que desea la vida, amar y ver días buenos, Refrene su lengua del mal y sus labios no hablen engaño. Apartese del mal y haga el bien; Busque la paz y sígala». Porque los ojos del Señor están sobre los justos, Y Sus oidos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra los que hacen el mal». 1 P 3:8–12.
Habiendo dado las instrucciones de cómo se debe vivir en medio de los incrédulos, Pedro ahora se centra en dar instrucciones prácticas para la vida de comunión en la Iglesia. Dios quiere que los creyentes sean unánimes, teniendo una sola visión, compromisos en común, como el evangelio, la gloria de Jesucristo. Aunque el creyente esté bajo asedio, debe buscar la comunión y la paz entre los creyentes (Fil. 1:27–28).
En este punto debemos aprender a amarnos como Dios nos demanda (Jn. 13:34–35); hay que ser compasivos con los hermanos, es decir, tener el mismo sentimiento, ver su dolor y sentirlo, ver sus luchas y sentirlas también. No debemos criticar el dolor de una persona o sus padecimientos, así como Cristo tenía compasión por el mal que sufrían las multitudes (Mt. 9:36). Dios quiere que, al ser de un mismo sentir, suframos con los que sufren y nos alegremos con quienes se alegran (Ro. 12:15).
También quiere que entre creyentes seamos fraternos; esto es tener intimidad entre creyentes. Este afecto normalmente se muestra en darnos los unos a los otros. En servirnos y negarnos a fin de que seamos edificados los unos por los otros (1 Ts. 5:11). Los filipenses eran muy dados a colaborar con los creyentes; Pablo se vio beneficiado por ese carácter fraterno de los hermanos (Ef. 4:32). El deseo de Dios es que estemos dispuestos a darnos y entregarnos por amor a los hermanos.
Como creyentes, también estamos llamados a las misericordias. Esta palabra es bastante exacta porque busca mostrar un sentimiento que nace de lo más profundo, literalmente de las vísceras. Esto sucede cuando nos podemos identificar con el dolor de la otra persona a fin de ir en pos del auxilio que necesita (Ef. 4:32). Dios quiere que, como creyentes, tengamos la habilidad de auxiliarnos, ya que el mundo nos odia, que encontremos abrigo en nuestros hermanos. De espíritu humilde o amigables, Dios demanda de los creyentes; esto es ver a los hermanos como se debe, no por vanagloria hacer las cosas, sino para servicio de los creyentes. Así como Cristo fue humilde, debemos aprender a hacerlo para una sana convivencia con los demás (Mt. 11:29; Fil. 2:5–8).
Todo esto que Dios demanda de los creyentes es para que encontremos refugio de las hostilidades que el mundo levanta contra el cristiano. Si en el mundo somos perseguidos, debemos encontrar refugio en nuestros hermanos. Y nosotros debemos ser refugio para las necesidades de los otros creyentes. Si en el mundo hay desprecio y maltratos para los creyentes, la iglesia debe ser el lugar donde la paz de Dios gobierne y la comunión entre los hermanos nos ayude a llevar las cargas. Debemos trabajar en nuestro carácter como iglesia para llevar las cargas los unos de los otros como Dios demanda.
